Imágenes del 19 de septiembre de 2017

Hay pocos días destinados a ser recordados por nosotros y la historia como trágicos, como el 19 de septiembre de 2017. Y son precisamente eso días, los que brillan por su naturalidad, por su apariencia rutinaria e inofensiva. Siempre nos toman desprevenidos.

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Son las ocho de la mañana del 19 de septiembre y me siento a desayunar en la colonia San Rafael, de la Ciudad de México. Mientras tomo una taza de té veo en las redes sociales una publicación sobre el sismo de 1985. “¡Es verdad!”, me digo a mí mismo. Hace ya treinta dos años de ese día trágico. No hago más caso a la efeméride y salgo a la calle.

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Los martes son días que dedico a estudiar y trabajar en un café situado en la calle de República de Uruguay. Me dirijo a ese sitio desde la Alameda. Al llegar al Eje Central son las 11:00 de la mañana y está la realización del “Macro Simulacro” conmemorativo del terremoto de 1985.

Veo con alegría a cientos de personas, todas ellas organizadas por brigadistas de protección civil; los automóviles se detienen en el cruce de independencia y del Eje Central Lázaro Cárdenas y respetan la realización de esta actividad preventiva sin tocar el claxon, sin perder los estribos.

Y esta simulacro sucedió 12 días desués que un sismo cercano a la media noche sacudiera a la ciudad. El saldo fue blanco. “Hemos logrado construir una ciudad con protocolos contra sismos”, es lo único que pienso. Sigo mi camino.

Foto: Juan Manuel Aguilar.

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Veo el reloj, faltan unos minutos para que den las 13:00 horas. He avanzado poco en los pendientes académicos que tenía planeado atender, pero pienso que podré hacer más de la mitad antes de ir a comer, a eso de las dos de la tarde.
Guardo unos archivos en la computadora y entró al baño del café. Al salir veo cómo las lámparas se mueven lentamente.

Es extraño (¡irónico!) pensar en un sismo en este día. Pronto, la tierra da un salto y casi me tira al piso. En el café hay otras dos personas, una niña con su madre. Nos vemos a los ojos, ¡es real, es un sismo con capacidad destructiva, como el de hace 32 años!

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De cara al café se encuentra el edificio Tranverso Ferros. Una edificación que parece va a colapsar frente a nuestros ojos. Una señora grita con desesperación, su pánico es tremendo y se contagia a todos.

He ahí un miedo que no he experimentado nunca en mi vida. El miedo unido a la impotencia, el temor de saber que lo que está pasando me supera a mí y a todas las personas de la ciudad. El miedo de saber que nuestra vida peligra y no podemos hacer nada.

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En pocos minutos el movimiento telúrico se calma. Todos estamos asustados y nos piden que nos alejemos del Transverso Ferros. Un señor, en plena calle, nos dice que el edificio es viejo, está abandonado y pronto será demolido. Por un segundo, adjudicamos a la antigüedad del inmueble las imágenes que hace unos segundos casi nos detienen el corazón. Siento un poco de tranquilidad.

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Cuando se recuperan las líneas y accedo a redes sociales en internet, descubro la verdad. Es un mito la idea de que hemos edificado una ciudad preparada para los sismos. Los protocolos, la infraestructura, ha fallado. En ese momento no lo sé aun, pero se han derrumbado más de treinta edificios en la ciudad y hay cientos de personas atrapadas entre los escombros.

Foto: Juan Manuel Aguilar.

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En el Centro Histórico todos los locales cierran. La gente camina aturdida, sin entender qué ha pasado. Decido ir a ver cómo se encuentra mi novia y emprendo un viaje de más de dos horas por la ciudad. Al ver que está bien permanezco con ella y su familia un par de horas.

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Al regresa a San Rafael descubro que jornadas de brigadistas se están organizando. Todos deseamos ir a la escuela Enrique Rebsamen, porque sabemos que hay niños atrapados, pero nos dicen que el apoyo ya está controlado por los militares. No obstante, nos dicen que una fábrica se derrumbó en la calle Chimalpopoca esquina con Simón Bolívar, muy cerca del Centro Histórico y hay gente atrapada. Ahí nos trasladamos.

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Al llegar a Chimapopoca nos comentan que el ejército ha llegado hace unos minutos y que la ayuda para recoger escombros está cubierta. No obstante, se requiere apoyo para traslado de víveres. En eso estamos.

Las cadenas humanas de la gente agilizan la labor y avanzamos rápido. De repente, escuchamos aplausos provenientes de los restos de la fábrica. En pocos segundos entendemos lo que ha pasado: han encontrado a alguien. Una persona ha sido rescatada. Un júbilo sorprendente. Algunas personas lloran. Es una alegría colectiva inédita y desconocida para mí. Se me llenan los ojos de lágrimas.

Foto: Juan Manuel Aguilar.

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A las dos de la mañana las autoridades nos agradecen nuestra ayuda, pero indican que de momento ya no es necesaria. El nuevo día será largo, nos piden ir a dormir y regresar lo más temprano posible al día siguiente.

Tienen razón, lo más adverso está por comenzar.


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