Es un día raro, por no decir que triste. Te extraño. Hay días en que tu ausencia me pesa más de lo normal, hoy es uno porque cumplirías 95 años.
Como es lunes, te habría hablado a tu celular para felicitarte otra vez, porque seguramente el sábado o el domingo pasado te hubiera visto en tu fiesta, con tu pastel, con tu esposa, tus hijos e hijas, nietos y nietos, y la gente que no es de tu familia pero que te quiere.
Seguramente, ese día mi abuelita habría hecho mole o le habrías pedido a mi papá que te hiciera carnitas. Ambos lo hubieran hecho gustosos, porque saben que al final de la vida, lo único que nos podemos llevar son recuerdos de los momentos donde fuimos felices.
También sé que hubiera llegado algo tarde a tu festejo. Pero habrías sido la primera persona que saludara y te hubiera dado un abrazo grande, mientras te decía que soy ‘Juan Orozco’, y tú me preguntabas que quién me puso así.
Me habrías dicho que me sentara, que comiera. Y yo te habría dado esa playera que ya no pude comprarte, la de las Chivas, con el número 10 y el apodo de La Sombra detrás.
Seguro alguien se hubiera acercado a preguntarte sobre tu edad y tú, risueño, le habría hecho la maldad de ponerlo a restar: “a ver, saca la cuenta, soy de 1929”, ya no habrías dicho que del 29 de junio, día de San Pedro y San Pablo, sino del 1 de julio, porque así dice tu acta y porque para ti lo que decían los papeles era lo oficial, aunque por años te celebramos dos días antes de tu nacimiento real.
Después, habríamos partido tu pastel de 95 años. Le hubieras soplado fuerte, como hace un año, y te hubiéramos aplaudido hasta el punto en que soltaras unas lágrimas y nos dieras las gracias por estar ahí.
De años para acá llorabas mucho cuando te conmovías y la verdad es que al hacerlo me recordabas que llorar no está mal, que es una manera de mostrar lo que uno siente y que nos hace más personas.
Quizá hubieras bailado con tus hijas y tus nietas. Quizá te hubiéramos tomado mil fotos y videos para verlos ahora que ya no estás.
Y cuando el festejo se terminara. Nos habríamos despedido de ti. Te hubiera vuelto a abrazar y me habría guardado en la memoria tus ojos brillantes y tú pelo aún abundante y blanco.
Hoy hubieran sido 95 años. O quizá sí lo sean, porque, seguro allá donde estés, la Chata te habrá preparado algo de comer y te habrás tomado un pulque con tu suegro. Tu mamá, tu suegra y tu abuelo te han de haber abrazado. Y acá abajo, te seguimos recordando, abuelo.