Hasta hace algunos años, incluso durante mi infancia, los crímenes de la nota roja me parecían ajenos; algo que aunque existía y sabía que estaba en alguna parte, permanecía suspendido, apartado de la realidad. Era como si existiera un universo alterno que únicamente se había creado para darle vida a esa sección de algunos periódicos o que incluso era como una simulación, una puesta en escena para alimentar el morbo de aquellos vampiros citadinos, ávidos de sangre.
Sin embargo, de un tiempo a la fecha es como si esa sangre hubiera cobrado color y textura, como si su sabor tocara nuestros paladares para provocarnos el escalofrío de la cercanía de la muerte.
Hace poco más de un mes me dirigía al gimnasio y al llegar, encontré a la recepcionista consternada. Me dijo que hace unas horas habían asesinado a una joven enfrente del lugar, yo no pregunté más. La sensación fue extraña, aunque no tanto como cuando me enteré que el padre de la joven es compañero de trabajo de un tío. Se trata del asesinato de Fernanda, de 18 años, quien salió a comprar una pizza en la colonia CTM y fue baleada por dos tipos, uno de 17 y otro de 15 años, quienes fueron capturados esa misma tarde.
La historia más reciente es la de Mariana Joselin, también de 18 años, quien hace un par de semanas fue encontrada sin vida en una carnicería de la unidad Las Américas, en Ecatepec, Estado de México. Ni falta hace decir que ese municipio es uno de los lugares más violentos del país, es algo que todos sabemos e incluso podría volverse un cliché mencionar que ocurrió un asesinato más en el Estado de México, desafortunadamente también hubo un lazo con el hecho: el dueño de la carnicería es amigo de mi padre, quien estuvo presente en el momento en que el comerciante descubrió el cadáver de la joven. En este caso, el asesino no fue detenido, sin embargo, existe la certeza de quién fue.
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Me oprime una sensación de acecho, pues la delincuencia se ha convertido en una plaga que se extiende veloz y nos alcanza. Hechos como los anteriores nos obligan a reflexionar en lo cerca que está el crimen de nosotros, en que quizá estar en el momento equivocado o un mal tino en el tiempo, nos pueden hacer dejar de existir en segundos. Nos llevan a pensar en que, como en el caso de mi padre, se ha estado conviviendo con el asesino. En que tengo una hermana pequeña viviendo en esa zona. En qué hacía yo a los 18 años. En las ganas de vivir que se tiene a esa edad. En la volatilidad de la vida.