Hace unos días asistí a una misa en un pequeño poblado perdido del Estado de México. Nunca me han gustado las ceremonias religiosas católicas, su alienación y, en algunos casos, su mediocridad, pero en este caso el cariño que siento en nombre de quien se realizaba la celebración me hizo asistir a la iglesia.
Al momento que la ceremonia llegó al sermón del cura, éste se postró frente a nosotros y empezó a hablar. En otras ocasiones, he escuchado grandes sermones de sacerdotes que me han dejado satisfecho, como el de un cura que llamó a la solidaridad y la unidad familiar frente a la violencia derivada del narcotráfico, en una pequeña parroquia de Oaxaca.
No obstante, este no era el caso. De la nada, el cura empezó a hablar de la situación en Siria y de los musulmanes. Habló de cómo los moros mataban cristianos en Medio Oriente, e incluso, aseguró haber visto en las noticias masacres contra cristianos.
En ese momento, saqué del bolso de mi pantalón mi celular, quería verificar el día, mes y año. Quizás en esa iglesia había una ruptura del espacio tiempo de las que habla el filósofo David Lewis o la teoría de supercuerdas y habíamos viajado mil años al pasado. Pero, mi celular decía 2017, no 1017.
A pesar de eso, el cura siguió lanzando proclamas contra el Islam. En mi mente, pronto lo vi con el hábito de un Papa del siglo XI. Volteé el rostro para ver la expresión de las demás personas en ese recinto y vi sus rostros llenos de terror y furia. Si ese cura llamaba a la Guerra Santa, estaba seguro que muchos tomarían su espada en aras de la reconquista de Jerusalén.
Ante eso me quede calladito. Sin decir nada y me puse a pensar. Si este Papa medieval llama a la Guerra Santa hay tres razones por las cuales no lo seguiría en su lucha:
- Leí “Las Puertas del Paraiso”, de Marcel Schwob, “La Cruzada de los niños”, de Jerzy Andrzejewski y las “Cruzadas vistas por los árabes,” de Amin Maaouf. Para saber que los occidentales podemos ser más salvajes que los árabes, a tal grado de cometer canibalismo y comer bebés, como lo hicieron los cruzados en la ciudad de Maarat.
- Si soy sincero, me vería mejor con un traje de guerrero selyucida, del ejército de Saladín, que con un traje de cruzado, no importa si es de caballero teutón, hospitalario o templario. Mis rasgos árabes y mi barba rizada lo confirman.
- No me interesa en lo más mínimo imponer una ideología religiosa sobre otra. Me gusta el catolicismo de San Agustín, en sus confesiones, la idea del amor y el perdón como los más grandes dones del ser humano. No evangelizar con una idea, susceptible de ser falsa, a los demás.
Por suerte, mientras pensaba eso, la misa terminó y salí feliz de la iglesia y de regresar al año 2017. Aunque me temo que muchas personas de la iglesia creyeron como ciertas las proclamas de ese Gregorio VII mexiquense.