Hace un par de semanas, por cuestiones medianamente ajenas a mí, comencé a colaborar en la escritura de un libro sobre la equidad y violencia de género, un tema que me apasiona, pero en el que no soy especialista ni mucho menos, así que me dediqué a investigar, leer y documentarme lo mejor posible dentro del margen que me permitía el tiempo.
Leí acerca de aquello que en la universidad leí, pero a lo que nunca está de más volver: los tipos de violencia, cómo se dan las agresiones hacia las mujeres, el acoso, el mal uso del lenguaje y lo agresivo que éste puede llegar a ser, entre otras cuestiones.
Irónicamente, por esos días había instalado Sarahah, esa app para recibir mensajes anónimos; el hecho me tenía muy divertida, ya que recibía comentarios acerca de mis cuentos, de gente a la que, supongo, le gusta cómo escribo, en fin, de temas relacionados con mi oficio.
Luego las cosas se torcieron…
Comenzaron a enviar mensajes explícitamente sexuales y violentos, los cuales cometí el error de publicar, en primera instancia para “exponer” a quien lo hubiera hecho y en segunda para que supiera que no me intimidaba.
Luego vinieron otros más, y aunque no todos los publiqué, sí cometí el error de hacerlo con algunos, esperando que el susodicho sintiera un poco de vergüenza al leer el bullying público, pues es obvio que el agresor de Sarahah está entre mis “amigos” de Facebook.
Evidentemente, mi estrategia para evidenciar al atacante fue fallida, él debió estarse agarrando la panza de la risa. Desde la perspectiva que se le vea, yo estaba en una posición desfavorable: el sujeto actuó desde el anonimato, yo desde las vísceras.
Incluso me escribieron, también desde el anonimato que brinda Sarahah, que “sólo estaba buscando llamar la atención”, así que yo misma me cuestioné si ése era el caso. “No —pensé— tengo mejores herramientas para llamar la atención: mi trabajo”.
También sucedió que algunos creyeron que el asunto me daba gracia, lo cierto es que no; al contrario, me generó indignación. Y ésta era contra el o los insolentes que escribieron tales insinuaciones, pero también hacia quienes hacía años no me hablaban ni comentaban absolutamente ningún post y, de pronto, se hicieron presentes, o quienes nunca se interesan por mi trabajo -lo que de verdad genero yo-, en lo que me esfuerzo, lo que represento realmente. Pero también hacía mí, porque mi curiosidad e impertinencia estaba generando más cosas negativas que positivas.
Como saldo de Sarahah, me quedan los regaños de algunos amigos, quienes con toda razón me hicieron ver (o llevar a la práctica lo que estoy leyendo para mi libro de género) que la violencia es violencia y no se debe tolerar, -frase que escribí y escribí durante las últimas semanas-. También me queda la lección de lo dañino que puede ser un momento de ocio en el que uno decide “jugar” a ver qué te quieren decir los demás y aceptar que, al igual que todos, me equivoco feo.