Los primeros resultados de las elecciones 2016 en México han comenzado a determinar la distribución política rumbo a las presidenciales de 2018. Los comicios electorales se llevaron a cabo en 13 entidades del país, y la Ciudad de México. En ellas se eligieron a 12 gobernadores, 388 diputados locales de 12 entidades y 548 ayuntamientos de 11 entidades -en Oaxaca se elegirán solamente 153 por régimen de partidos y 417 por usos y costumbres- (Agenda Electoral 2016, El Financiero. Luis Carlos Ugalde, junio 2016), así como 60 diputados constituyentes libremente electos para la capital del país, que se sumarán a los 40 de una muy cuestionada designación del ejecutivo y legislativo.
Por meses, los diarios más importantes y noticieros televisivos más influyentes en la sociedad mexicana, apuntaban como virtuales ganadores en las elecciones estatales, a los candidatos de los partidos tradicionales, el PRI, PAN y PRD. Sus predicciones se resquebrajaron por las grandes sorpresas que dieron los candidatos del ya no tan nuevo Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), específicamente en Veracruz, Oaxaca y Zacatecas; y los candidatos independientes en la CDMX, en primer lugar el líder del sindicato de bomberos, Ismael Figueroa, así como Blanca Mayorga y Xavier González.
A pesar del reporte de las tradicionales dádivas a cambio del voto, la violación de la veda electoral por prácticamente todos los presidentes de los partidos y gobernadores, así como los mapaches, robo y quema de casillas, balaceras e intimidaciones de grupos armados en distintas entidades; la jornada electoral resultó en una señal de alerta para el PRI hacia los siguientes años clave para su legitimidad en el poder: la elección para gobernador en el Estado de México, su bastión por excelencia, así como la sucesión presidencial de 2018.
Aunque los resultados de estas elecciones aún no son definitivos, ya podemos comenzar a hacer algunas deducciones sencillas: en primer lugar que los resultados no fueron los “aplastantes” que había anticipado Manlio Fabio Beltrones en conferencia de prensa, hace apenas unas semanas, y, por el contrario, vislumbran un claro hartazgo hacia el partido que gobierna en algunos de los estados en donde la violencia fue foco rojo para los medios nacionales e internacionales en lo que va del sexenio y que concentró un porcentaje generoso para las oposiciones partidistas, ya sea en coalición o de manera individual.
Por otra parte, el PRD ha tenido un balance y avance igual a cero. Es decir, no se movió de donde estaba y podríamos visualizar hasta un leve retroceso en su voto duro por lo acontecido en la Ciudad de México. En los Estados en que se promovieron alianzas, el PAN fue más bien el ganador notorio al recuperar Chihuahua, Tamaulipas y Aguascalientes, así como disputar de cerca Durango y Puebla (hasta el momento con los resultados del PREP).
La capital se queda con Morena, que tendrá a la mayoría de los diputados para la redacción de la constitución política que dará el carácter de Estado a la capital del país (la cual ha sido fuertemente cuestionada por la imposición de 40 diputados de 100 totales que redactarán la carta) y que vislumbran un panorama muy cercano al que se suscitaría en Veracruz de confirmarse el triunfo de Cuitláhuac García, del partido comandado por Andrés Manuel López Obrador en Veracruz; quien con un congreso volcado hacia el PRI, tendría un muy corto margen de acción para comenzar a establecer las agendas que convencieron a los ciudadanos del voto, así como el gran conflicto que se espera en un estado sumamente hundido en la corrupción y la violencia.
En estas elecciones no tuvimos a ningún “Bronco” o algún otro independiente que marcara una diferencia en alguna entidad federativa, y en los comicios locales apenas pudimos vislumbrar a algunos candidatos independientes que por falta de promoción y difusión mediática, pudieron siquiera darse a conocer por la ciudadanía. He aquí una alerta clara para las elecciones de 2018, en donde se visualiza ante este escenario, que la disputa será nuevamente partidista, de manera segura. Esto debería constituir un llamado de atención para el árbitro electoral, para que las candidaturas independientes no se queden en una demagogia legal más.
Por otra parte, para apaciguar un tanto el conflicto poselectoral, el árbitro debería hacer algo para de una vez por todas sancionar a todos los líderes de partidos políticos por estar anticipando resultados, así como a sus candidatos al declararse ganadores, para evitar los conflictos pos- electorales que en lo general resultan innecesarios con respecto a logros obtenidos, mayor fragmentación social y que sólo dañan más la de por sí ya cuestionada autoridad electoral. Las vedas electorales deben apegarse a lo establecido en la fracción 3 del artículo 190 para sancionar no sólo a los líderes partidistas, sino a las encuestadoras, que a pesar de la fiscalización de las elecciones, siguen ganando cuantiosas sumas de dinero por presionar la voluntad del votante y confundirlo con datos bastante sesgados.
Y para terminar, el ya clásico pero no ejecutado epílogo electoral dedicado a la ciudadanía: el voto por sí solo no va a cambiar la situación en el país, si una verdadera construcción democrática no continua los pasos requeridos para la transición, el voto se convierte en la banal arma de legitimación de la élite gobernante. La corrupción y la impunidad en el país no descenderán si no se acompaña a los comicios electorales de participación ciudadana que va desde la organización vecinal, hasta la exigencia de mejorías en los servicios públicos a autoridades estatales y en algunos casos, según la magnitud, hasta al mismo gobierno federal.
Este antecedente inmediato nos vislumbra el panorama inmediato para la elección de gobernador en el Estado de México, y ver de qué tamaños y proporciones será la maquinaria estatal del partido en el poder a nivel federal, para mantener su hegemonía en los siguientes dos años, o al menos hasta que las élites gobernantes les sea conveniente.