El 1 de julio fue histórico por muchas razones. Por primera vez en la historia del país, un candidato de izquierda llegó por la vía del voto y arrasó con los otros contendientes en las urnas. Una victoria indiscutible y legítima a diferencia de las últimas dos. Nadie lo creía hasta que votantes y el propio Andrés Manuel López Obrador (AMLO) llegaron al Zócalo, ya entrada la noche, para festejar que su voto había sido escuchado, tomado en cuenta y que toda nube de fraude había desaparecido.
Desde ese momento se generaron muchas expectativas; varias justas pero también unas complicadísimas, dos principalmente: terminar con la corrupción y acabar con la inseguridad. Ambas metas necesarias para dejar la zona de estancamiento en que se encuentra el país desde hace varias décadas, pero imposibles de cumplir de la noche a la mañana.
En medios, que retomaron las promesas de campaña, se generó expectativa de que eso se terminaría tan pronto llegara la Cuarta Transformación y la gente lo creyó, cuando el problema acarrea una inercia que viene desde sexenios anteriores y que requiere planeación y tiempo para empezar a notar resultados, en particular cuando de seguridad se habla.
Y es que este gobierno, si bien se distingue por sus buenas intenciones, se ha caracterizado por tener múltiples ocurrencias, muchas de ellas impulsadas por el mismo jefe del ejecutivo, quien mantiene como propia la agenda informativa y tropieza constantemente con sus propias negativas al contradecir a otras instancias e incluso a los miembros de su gabinete. Le gustan los medios, pero eso puede cobrarle la factura.
Más allá de la letanía dicha por el propio López Obrador, a un año de su triunfo, la prisa que tiene este gobierno puede ser un factor que sea más perjudicial que beneficioso. Se toman decisiones sin prever consecuencias, a rajatabla; prueba de ello es el ajuste presupuestal entendido en una austeridad muy rígida y que provoca el levantamiento de ceja entre más sectores que estuvieron conformes con el triunfo del tabasqueño. Lo vimos con los médicos, las instancias infantiles, el sector cultural y ya ni hablemos del aeropuerto donde el presidente ha sido muy necio en llegar a un acuerdo equilibrado para dejar de lado la idea de Santa Lucía y continuar con Texcoco.
El mensaje que dio AMLO este primero de julio debe tomarse con pinzas, analizado y contrastado con datos de otras instituciones, especialmente porque porque cuesta trabajo creer que vaya a más del 70 por ciento de compromisos cumplidos cuando no ha pasado ni un año de gobierno. No olvidemos que los políticos mienten, esa es su naturaleza, no sólo de aquí sino de todo el mundo.
A un año del triunfo de uno de los candidatos más aguerridos y necios que han buscado la silla presidencial en la historia del país, no debemos olvidar el significado de esta fecha e implica no sólo escribir comentarios y arengas en redes constantes, sino de ser tan necios como él para exigirle resultados, pues, como lo dijo en su toma de protesta, no tiene derecho a fallarnos, con todo lo que se implica.
De a tuit
Ya está a nada de su estreno El hombre araña y se esperan buenas cosas. Lo único que me queda duda es, ¿por qué cada vez los productores buscan tías May más jóvenes.