Nuestros deseos ígneos devoran la tumba
de las convicciones, atiborran de luz el escorbuto
de la desnudez mancillada.
Los condenados disminuyen su andar flemático
que alguna vez marchó recibiendo las balas con el pecho.
Corrimos hacia el ditirambo como identidad
lo vimos distorsionar el espacio dentro del lamento.
Ante la parálisis deificamos lo grotesco para silenciar
los demonios, mimetizamos la cólera del instinto
y así forjamos pobres igualdades.
Cantamos al eterno y destruimos la rareza efímera
del ahora, tendimos la mano al fariseo sólo
para alejarlo al refractarnos en él.
Como histéricos bebimos la linfa material,
dibujamos nuestra mejor cara
y al hacer frente a la caterva insípida
insípidos fuimos.
Ante el cenáculo de la muerte ignoramos el ciclo
natural, con la esperanza de burdos paroxismos
conmutaran los pecados en iridios sin conciencia.
Con nuestra noción pisoteada, vagamos por la ruta
de las ánimas, hallarnos será el único sentido
en un mundo que no lo tiene.
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