Sufrimiento, la palabra que podría definir el pase de Pumas a la final. Un gol fue la diferencia. Un gol puso a los universitarios en el juego por el título. Pero esta historia tiene sus matices. Orgullo, miedo, esperanza, fallas, errores arbitrales, coraje… y un partido que terminó 1-3 a favor de América.
La tarde era fría en el Olímpico Universitario, en el ambiente se respiraba tensión. Los auriazules sentía el pase muy cerca, los azulcremas sabían que podían arriesgar: no tenían nada que perder. En 90 minutos, los 22 guerreros se batirían en duelo por un elemento más que la victoria: el orgullo.
El partido comenzó con una sorpresa en la alineación americanista: Ignacio Ambríz, técnico amarillo, lanzaba sus mejores armas al campo. Darío Benedetto, Oribe Peralta, y Darwin Quintero tenían la encomienda de marcar cuatro anotaciones y lograr la remontada.
América jugaba mejor. Dominaba el campo, pelota y ritmo. Las esperanzas amarillas llegaron al 8’ cuando tras una pared, Benedetto cedió a Quintero, quien remató al arco. Gol americanista.
Era el minuto 14’ cuando la primera polémica cayó en el campo. Taponazo entre Javier Cortés y Güemez. La repetición reveló que el universitario había dado un planchazo que dejó al americanista en el campo. No sólo eso, el contención tuvo que abandonar el campo con lesión en la tibia.
Llegaba el 26’. Pumas no reacciona. Por el centro del campo, Benedetto entró al área, tras los rebotes el esférico cayó a los pies de Quintero; finta a Palacio, arco abierto. Gol de América. El cero a dos. El tres a dos en el global. Los azulcremas se acercaban, sólo faltaban un par de anotaciones.
La primera parte concluyó. Los rostros de los jugadores eran contradictorios. En las caras auriazules se vislumbraba miedo, tensión, nerviosismo, parecía que la ventaja del juego de ida se esfumaría. En las de los americanistas se notaba confianza. Se pensaba que por fin exorcizaban a sus demonios.
Corría el minuto 70’, Alatorre comendaba el contragolpe puma. Cedía a Sosa. El delantero universitario se metía entre dos defensas americanistas. Paolo Goltz lo empujaba. Falta. Segunda amarilla. El azulcrema se iba expulsado. ¿La historia del juego de ida se repetía?
Siete minutos bastaron para que los recuerdos del juego de ida aparecieran. Rubens Sambueza perdía la cabeza y tras derribar a Sosa, le raspaba la pierna con los tachones. El árbitro no se lo permitiría. Roja. América, otra vez, con nueve.
Para los universitarios, la calma parecía llegar cuando Sosa desbordaba en el área americanista, centraba y Cortés remataba con el arco abierto. Gol puma. Gol que olía a final. Aunque olvidaban que una anotación americanista los dejaría fuera.
Los fantasmas invaden en los momentos menos esperados. Guillermo Vázquez recordaba que hace un par de años, en una final contra Cruz Azul, América le remontaba, jugando con 10. El ahora técnico auriazul temía que la historia tuviera el mismo cause de aquella ocasión.
¿Será que por ello decidió que su equipo defendiera en su primer cuarto de campo? ¿Por eso renuncia atacar a un equipo que jugaba con nueve elementos y que se notaba fundido en el campo?
La apuesta de Vázquez estuvo a poco de costarle la final. En un tiro de esquina, al minuto 86’, Andrés Andrade tomó un rebote, sin marca ni presión, descargó el coraje contenido en su pierna derecha. Palacios voló. El esférico se anidó en el ángulo. Locura en una afición; coraje en la otra. América, con nueve elementos, estaba a un gol de la hazaña. ¿Lo peor? Faltaban cinco minutos más el agregado.
Vaciado, pero con el orgullo de equipo grande, América se lanzó al frente; los milagros y las hazañas son posibles si se intentan. El asalto final era amarillo. El temor, auriazul. Fantasmas. Corajes. Miedos. Tensión. Sufrimiento.
Tiro de esquina, minutos finales. Moisés Muñoz al ataque. Recuerdos: últimos minutos, el arquero americanista al ataque. Centro. Remate. El balón rebota en Alejandro Castro. Jesús Corona vencido. Gol de remontado. Gol que alejaba, otra vez, a Cruz Azul del título. Centro. Balón al área. Despeje de la defensa. Alivio…
Dos minutos, el milagro, la gloria. Falta. Arroyo al cobro. La esperanza en una pierna. Disparo, desviado. Pitazo final. Felicidad. Frustración. Pumas a la final. América a casa…
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Constancia, la acción que Tigres efectúo en la semifinal. Deseo, el principal impulso de los felinos. Frialdad, lo que lleva Toluca en el pecho. Un pase al juego final en 90 minutos. La gloria o el olvido en el rectángulo del Nemesio Díez.
El silbatazo del árbitro desató el vendaval felino. Un gol significaba obligar al rival hacer dos. Toluca jugó al vivo, con la frialdad que presumía José Cardozo cuando estaba en el área. Pero las características del letal delantero paraguayo no se trasladaron a su equipo.
Toluca tuvo en Talavera a su mejor hombre. El arquero escarlata detuvo cada una de las incursiones que tenían a André Pierre Gignac como principal protagonista. Javier Aquino causó estragos a una defensa que tenía en Paulo Da Silva a su mejor hombre. El primer tiempo se escurrió bajo el aire frío de Toluca.
Durante los primeros minutos del segundo lapso, Toluca recordó que estaba en casa. Tras el ingreso de Cueva al campo, el cuadro choricero retuvo el balón y merodeó la portería norteña. Parecía que los dirigidos por Cadozo habían recuperado la memoria. Entonces, Ricardo Ferretti tomó una decisión que marcaría el partido: al campo entraría Jofre Guerrón, saldría Aquino.
Damián Álvarez desbordó. Centró. Aquino se anticipó y remató. Talavera amainó el disparo, sin embargo, poco pudo hacer para evitar la caída de su marco. Tigres ganaba. Todo cambiaba. Con el marcador en contra y la encomienda de anotar dos goles, Toluca se desbordó al frente. El cuadro de Ferretti esperó el momento de terminar la obra.
Al 82’, la magia de Gignac volvió aparecer en el campo. Pase de lujo a Damián que definiría el marcador, la serie y el pase a la fina. Gol de Tigres.
Toluca murió de nada, esperanzado en la mezquindad de su juego. Tigres lo buscó más y obtuvo su recompensa. A veces el futbol no es justo, al menos en el Nemesio Díez, lo fue.
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