Es tu hermanito. Lo veía y no lo creía. Mamá se había ido por dos días y había regresado con un bebé de cabello abundante y lacio, tenía rasgos muy similares a papá. Tienes que cuidarlo porque eres el mayor, dijeron. El niño miraba de un lado al otro, intentando reconocer el nuevo espacio donde estaba.
El bebé creció. Mis papás continuaron la tradición de los dos nombres: José Manuel, se llamó. Su cabello crecía junto al parecido con mi papá. Después, flashes, instantes que atesoro en mi cabeza gracias a las fotos de la infancia: fotos junto a otro bebé de su edad, ahora con un uniforme de las Chivas, vestido con traje de cadete, ahora con botas y camisa cuadrada, pasteles de cumpleaños, su pelo siempre revuelto.
Me detengo en aquel recuerdo; domingo de fiesta, para facilitar las cosas, nos habían juntado nuestros respectivos cumpleaños. Yo tenía seis, él tres. Dulces, comida y un pastel decorado como si fuera una cancha de futbol. Velitas, fotos, abrazos, mordida, momentos tatuados en papel y que vuelven a mi cabeza cada 24 de mayo.
Seguía creciendo. Ahora usaba lentes y estaba a punto de salir de la primaria. Aquella mañana que ese ciclo cerraba, nos dimos cita para verlo recibir sus documentos y derramar algunas lágrimas por los amigos que dejaba atrás.
Le tomé fotos por aquí y por allá con la vieja cámara de mi papá. En la secundaria se rebeló como lo tenía que hacer un buen adolescente. Gruñía y confieso que luego trataba de molestarlo para que se enojara más.
Después, el mundo nos dio un vuelco cuando en casa comenzó a faltar el dinero. A nuestra forma pusimos cara a la tormenta, pero nos alejamos el uno del otro.
Dicen que los hermanos mayores influyen en los gustos musicales de los menores. Eso es parcialmente cierto, pero en mi caso, Manuel cambió los míos; si algo sé, es por él.
Nunca se lo dije, pero me fascinaba verlo jugar futbol; a veces escondía el balón con esas jugadas de fantasía que sólo algunos saben realizar. Cierro los ojos y veo aquella playera marcada con el número 6 y su nombre, aquellos tacos tan parecidos a los míos y sus gritos para acomodar a sus compañeros. La verdad es que desearía volver a jugar futbol con él.
Lecciones de la vida
El tiempo supo cómo volvernos más cercanos, justo cuando tuvimos que afrontar aquel viacrucis. Habría dado lo que fuera para evitarle ese extraño momento, no pude; pero sé que nunca lo dejaría solo. Si una lección me ha dado la vida es que aún en las peores tormentas, los hermanos están ahí para levantarte, extenderte la mano y ayudarte a seguir. Así fue aquella vez.
Las horas me consumían, extrañaba ese humor extraño que le afloraba justo cuando la situación era más tensa. Ya era tarde, el reloj no detenía sus horas y todos lo esperábamos. Salió, imposible evitar el llanto. Se dirigió a nosotros y nos fundimos en un abrazo que recompuso más de un alma.
Lo he visto llorar, enojarse, reír, burlarse de todo, gritar, celebrar, cantar, tomar, caer, aprender, levantarse, continuar; en una palabra: vivir. Hoy cumple 23 años. Hoy lo entiendo y agradezco, es mi hermanito.