Crónica sobre un hombre que abraza un árbol y encuentra la paz

Hoy vi a un hombre abrazar a un árbol.

No entendí por qué lo hacía, pero tampoco me acerqué a preguntarle, sólo me quedé parado a mitad del Parque España, observándolo.

Lo primero que pensé fue este compa está pirata, pero en su gesto se detectaba una determinación que dejaba fuera la locura. Abrazaba un tronco ancho que sus brazos no alcanzaban a abarcar, así que estaba parado ahí, con los brazos extendidos alrededor del tronco, mientras que con las palmas de las manos le hacía caricias circulares a la madera. En su cara estaba dibujada una sonrisa. No socarrona. No propiamente de felicidad. Era una sonrisa llena de ternura, de la clase que le dedicas a la pareja o a un amigo íntimo cuando te está contando sus penas.

Luego noté que, a un lado del hombre, sentada en el cemento, viéndolo, estaba una señora con el cabello lleno de canas, lentes gruesos y una chamarra deportiva negra.

La mujer contemplaba al hombre con fascinación, no sonreía, pero dejaba ver que el vínculo entre los dos, era igual de fuerte que el que se había establecido entre el hombre y el árbol que no dejaba de abrazar.

Unos instantes después el hombre abrió los ojos, se separó del árbol sin miramientos, se volteó hacia la mujer, extendió las manos hacia ella, la ayudó a ponerse de pie y luego atravesaron el parque caminando abrazados, el con su brazo derecho rodeando los hombros de ella, ella con el brazo izquierdo alrededor de la cintura de él.

Me dirijo a una banca para tratar de encontrarle un significado a la escena que acabo de presenciar. Pongo a Bowie en los audífonos como para que me guíe con la melodía de Starman. Después estreno una libreta nueva con una pluma vieja y comienzo a escribir este texto.

Observo que a los cuidadores de perros le saca platica a unas morras guapas que paseaban por aquí, ellos aprovechan la ocasión y logran sacarles sus números o su Facebook, que sé yo, no alcanzo a escuchar, pero supongo que lo de usar a tu perro como imán para morras guapas funciona, aunque el perro no sea propiamente tuyo – consíguete un perro a la de ya – ¿Te gustan los tríos? ¿Qué? ¿Te gustan los tríos? La morra que me pregunta no está nada mal, pero la que la viene acompañando no es para nada mi tipo, pero pues…

Miro para todos lados buscando una cámara oculta tratando que me ayude a discernir cual debe ser mi respuesta, pero no logro distinguir nada, aun así, mejor pregunto con precaución. ¿De qué hablas? De los tríos de botana que estamos ofreciendo amigo, somos estudiantes de química de la UNAM y andamos vendiendo estas paletas de chocolate, estas bolsas de palomitas y estas ricas papas enchiladas para juntar el dinero que nos permita ir a un congreso, ¿qué dices amigo, nos ayudas?

Lo único que puedo pensar es qué técnica de marketing tan pinche andan usando y que pura madre les voy a comprar nada.

Ándale amigo, todo es orgánico, envasado al vacío, y lo que manejamos son productos de la más alta calidad. Quisiera, pero ahorita no traigo feria, para la otra será. ¿Y a la otra nos compras las tres? Ajá, a la otra les compro las tres. Bueno amigo, que tengas bonita tarde, adiós. Adiós.

Se acercan a una pareja que estaba abrazada y besándose en una banca a unos pasos más allá de donde estoy yo y los interrumpen, obligándolos a romper el abrazo y separar los labios, para darles un discurso que no les importa sobre productos que no les interesa comprar.

Es ahí cuando me doy cuenta.

Creo lograr comprender al hombre.

Y es que siempre que he abrazado a alguien, lo hago sabiendo que en un momento nos vamos a soltar y dejar ir. Que tal vez dejaremos de ser amigos, pareja o alguno de los dos muera en un punto determinado y no volvamos a estar así jamás. Que nunca voy a tener la certeza de que los brazos que me reconfortan ese instante lo vuelvan a hacer, o inclusive si yo volveré a desear estar entre esos brazos.

Pero el hombre sonreía así porque sabía que ese abrazo con el árbol, si bien no podía ser eterno, iba a estar a su disposición siempre que quisiera, solo tiene que ir al Parque Espala o a cualquier lugar que tenga un árbol y abrazarlo, con la seguridad de que él no se moverá. No le dirá este abrazo ha durado demasiado tiempo ya, que se está volviendo incómodo. Suéltame que tengo que regresar a la oficina. Disculpa, pero se me hace tarde y quedé con Erick para comer. No puedo estar más en una relación a distancia. Esto es algo casual. Te quiero mucho, pero como amigo y nada más. No creo en las relaciones. No estoy buscando nada en este momento. Creo que debemos darnos un tiempo. Necesito estar solo. No eres tú, soy yo.

No.

Abrazar un árbol es un acto seguro, no implica riesgos más allá de ser atacado por una ardilla, tu corazón no está en juego, es ganar-ganar, no conoce de pérdidas o despedidas.

Por eso el acto de abrazar un árbol puede provocar esas sonrisas tan puras y un estado de tranquilidad y paz.

Pero también, es por eso mismo, que tan poca gente lo práctica.

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