Por Carlos Humberto García.
«Ningún jugador es tan bueno como todos juntos.»
Alfredo Di Stefano.
En esta tierra ya no es extraño hallar a la gente que admira jugadores que meten 10, 20 o hasta 30 goles. Lo inusual es entender al fútbol desde sus elementos, uno de ellos el núcleo. En el mediocampo, específicamente, se hallan los artistas de la pelota; y no es por despreciar a las otras zonas pero los medios son quimeras: ni atacan ni defienden sino todo lo contrario. Son el limbo y el purgatorio.
En la faja de la cancha trabaja Andrés Iniesta, quien se encuentra en el Top 5 de los mejores jugadores del planeta. Nació para la media cancha, en Fuentealbilla, un ranchito en España, en el año de 1984. Hoy en día allí hay una calle con su nombre.
“El fantasmita” pasó de ser el niño de piel color leche que jugaba en los llanos del rancho a una de las figuras más importantes del F.C. Barcelona en su historia.
Hijo de un albañil, Iniesta tuvo la posibilidad de entrar al Albacete Balompié; tras superar las pruebas, Andrés fue más que aceptado, ese don tan suyo y congénito atrajo a los visores del F.C. Barcelona, quienes se lo llevaron a los 12 años.
En aquel tiempo “La Masía”, la fábrica de talento del club blaugrana, adoctrinó al “fantasmita”. El ritmo fue difícil, el ambiente en los pueblitos es muy cercano y afectivo, eso le afectó a Iniesta.
¿Qué seguía? Formarse. Del juvenil pasó al Barcelona B y de ahí, inevitablemente, al equipo titular en la temporada 2002-03 bajo la tutela de Louis Van Gaal.
Su estabilidad en el equipo llegó de la mano de Frank Rijkaard. Andrés subió el cerro a paso rápido, no importando la situación del equipo y el cambio de estrategas.
Lo que es seguro es que con Josep Guardiola, Andrés Iniesta localizó su culmen. Un gol decisivo en las semifinales de la Champions League ante el Chelsea de Mourinho es una de sus obras maestras: en la prórroga, agónicamente y con la esperanza destrozada de los aficionados culés.
Iniesta fue y es el bastión del F.C. Barcelona y de la Selección española. Su primer título con España fue la Eurocopa de 2008; la final soñada fue Sudáfrica 2010: anotó el gol de la victoria. “Todo se paró y sólo estábamos el balón y yo. Es difícil escuchar el silencio, pero en ese momento lo escuché y sabía que ese balón iba dentro”, comenta.
Si se buscase un paradigma, Iniesta es más que suficiente. Rápido e inteligente son sus características natas, reflejos de otro mundo y creación de jugadas imposibles para el pie humano. Desbordes que desequilibran a cualquiera. El motor de Lionel Messi. Sin embargo, como todo artista sigue perfeccionándose, ahora, el tiro a portería. Él nos hace entender que el fútbol no solo es individualidad sino también colectividad.
Su timidez y sobriedad borran sus errores. La vida que ha consumido con gusto le deja sabiduría, “de los malos momentos debes aprender”, dice.