Las explosiones…

Por: Manuel Cardoso

atentado-mexibus

 

El pasado 31 de octubre la prensa publicó información sobre ocho artefactos explosivos de fabricación casera que detonaron en unidades de la Línea 2 del Mexibús. Según los datos, sólo cuatro tuvieron efectos, lo cual derivó en la suspensión del servicio. En horas posteriores, el “atentado” fue reivindicado por un supuesto grupo anarquista denominado “La Secta Pagana de la Montaña” y grupos afines.

 

La prensa calificó al grupo de ambientalista, anarquista, etcétera; sin embargo, en los primeros momentos no se sabía el origen del ataque y hasta se pensó en la posibilidad de la acción de la delincuencia organizada. Justo los motes relacionados con aspectos ecologistas o del medio ambiente, puestos por los portales de diversos medios, provocaron (dentro de todo) la indignación de personas que se autodenominaron ambientalistas. Ellos reclamaban que el grupo que reivindicaba el ataque no lo era, pues no luchaban por medios democráticos o, por lo menos, por vías no violentas, lo cual es una cosa para poner atención.

 

Al menos, en mi experiencia, en los últimos años, quizá una década, las formas de acción directa, violenta, o con cualquier otro adjetivo que se le denomine, ha tenido una constante crítica por no apegarse a las vías que están puestas para la correcta acción bajo la ley. Al mismo tiempo, las mismas condiciones socioeconómicas han provocado, creo, que la acción directa se vuelva un medio mucho más solicitado en las movilizaciones o acciones de protesta. Basta ver que después del 1 de diciembre de 2012 las filas del anarquismo se han engrosado de forma importante. La fecha es simbólica, por supuesto.

 

No obstante, los grupos “radicales” en México al parecer no han tenido un éxito en grandes proporciones. Si bien no podemos decir que sean inexistentes, los efectos quizá no han sido los esperados y eso se debe en primer lugar a la capacidad del Estado por canalizar los movimientos sociales a través de partidos políticos, y el ejemplo más claro lo tenemos en las diferentes reformas políticas que se han hecho, pero especialmente en la propuesta por Jesús Reyes Heroles, en 1977, que derivó en la legalización y creación de varios partidos políticos de izquierda.

 

En segundo lugar, podríamos poner como punto de reflexión el hecho que las mismas demandas y los programas políticos de la izquierda o los grupos progresistas no se adecuan a las necesidades y deseos de la población. Si somos realistas, o se proponen cosas muy abstractas (la destrucción del Estado, por ejemplo) o muy lejanas que no sólo dependen de la voluntad, sino de múltiples factores (el fin del capitalismo), incluso en ocasiones se atenta contra la misma población en busca de borrar todo rasgo cultural de “atraso” o de “enajenación” y el ejemplo de Pol Pot en Camboya es una situación extrema, pero real.

 

Por supuesto, no se puede soslayar la represión ejercida desde los diferentes gobiernos a lo largo de la historia, pero también a todos los niveles. Los asesinatos de defensores de derechos humanos, activistas, líderes sociales; el ataque a medios de comunicación libres, comunitarios, alternativos o de carácter social, entre muchas otras cosas. Es decir, se trata de una situación multifactorial que ha provocado que la radicalización de la política desde la izquierda sea algo muy complicado. Insisto, se trata de una situación a gran escala, donde exista la posibilidad de proponer un programa político a nivel nacional o regional, si se quiere, aunque los trabajos y la actividad de numerosos grupos se puede leer como existente si uno se echa un clavado a internet.

 

Quizá lo más cercano a una radicalización con éxito haya sido la Asamblea Popular de Pueblos de Oaxaca (APPO), durante 2006, que no sólo estaba compuesta por numerosos sectores que luchaban por sus intereses y hasta quizá con objetivos diferentes, pero que lograron más o menos aglutinar la lucha en torno a cosas concretas como la salida de Ulises Ruiz de la gubernatura del estado. Aunque en la principal demanda fueron derrotados, las enseñanzas y el aprendizaje no desaparecieron y se ha canalizado en el trabajo comunitario, en cooperativas y otros proyectos alejados de la radicalización.

 

El año de 2006 fue importante. Incluso algunos sectores de la izquierda creyeron que era el año, pues varias acontecimientos terminaron por cruzarse, pero la transformación y el cambio de rumbo no aparecieron a pesar de lo ocurrido desde 2005 con el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador, después del intento de desafuero que terminó por inflarlo; pero al mismo tiempo nos encontrábamos en tiempos electorales y lo ocurrido en Atenco, Oaxaca, Lázaro Cárdenas, Michoacán, incluso la misma Otra Campaña del Ejército Zapatista de Liberación Nacional parecían abonar algo.

 

La desaparición de Luz y Fuerza del Centro, junto con la división de las bases del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME); el movimiento magisterial de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y el golpe por medio de la reforma educativa (más bien laboral); el éxito del Movimiento #Yosoy132 que impactó de forma interesante a las capas medias de la sociedad mexicana y movilizó a sectores que uno no acostumbraría a ver en las movilizaciones, pero que se engrandeció demasiado y no logró sus objetivos; han sido intentos que provocan cierta nostalgia pero también coraje. Quizá en todo esto deberíamos ver el incremento de los “ataques”, “atentados”, que tanto cacarea la prensa y a la que tanto miedo se tiene.

 

Si partimos del supuesto de que los hechos del Mexibús sean auténticas expresiones de algún grupo anarquista (la fabricación de enemigos una práctica constante), es indispensable ver que las manifestaciones son en contra de un modelo civilizatorio que se ve torcido. Dice el comunicado de la Secta Pagana de la Montaña: “el ataque coordinado entre varios grupos que se posicionan en contra de la civilización, con explosivos, que hemos ejecutado por la noche del 30 de octubre en 9 carros del Mexibus, fue una muestra de nuestro rechazo y repudio en contra del frenético avance del desarrollo moderno”.

 

La reflexión apunta a ver en el proyecto moderno y en el avance de la mancha urbana un atentado a la vida salvaje, natural, que se cree legítima. Dice el escrito: “Las ciudades crecen exponencialmente devorando las montañas y las zonas salvajes, la mancha urbana cubre preocupantemente los territorios del coyote, del venado, de los halcones, usurpando su habitad, orillándolos a una vida en cautiverio y reduciendo la vida silvestre a miserables reservas”.

 

Es interesante ver cómo el mensaje va en contra de las ciudades y las formas de sociabilidad. Incluso los sociólogos de inicios del siglo XX señalaban con cierta preocupación las consecuencias de la urbanización y la industrialización que avanzaba cada vez más. La creación de guettos, pandillas, problemas de vicios y de pobreza, entre muchas otras cosas, fueron las temáticas, muchas de ellas dirigidas por un ideal de la sociedad.

 

Pero si ponemos atención al modelo de urbanización, no sólo como el crecimiento exponencial de la mancha urbana, sino como las consecuencias en las relaciones sociales que ese crecimiento está provocando, podemos notar que esas reflexiones no están tan alejadas de la realidad y por supuesto que los “ataques” anarquistas tendrían cierta lógica, si no justificación para los más moralinos.

 

La mercantilización del espacio urbano, los diversos megaproyectos que se están poniendo en marcha y que terminan despojando a la población de viviendas (el caso de la Supervía Poniente), la búsqueda de construir más plazas comerciales (Oasis Coyoacán) o proyectos de vivienda para las grandes corporaciones inmobiliarias (Casas Geo, La Colonia Doctores, la colonia Portales entre muchas otros casos) nos pueden llevar a que la ciudad no sea para los vecinos, sino simplemente para la circulación de capital y no para el disfrute de los habitantes.

 

Si bien las causas de muchos grupos anarquistas pueden parecer incomprensibles por las formas de acción, son manifestaciones de hartazgo de la situación donde estamos parados. Quizá la superación de nuestras condiciones de vida no sea el anarquismo, tal vez sí, pero de momento, lo importante es reflexionar sobre los padecimientos de la sociedad y lo más importante: la acción política y dejar el quietismo de lado. El anarquismo consecuente es lo que hace, aprendamos ese aspecto de esa lógica política.

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