Hace un par de semanas, una policía de tránsito me detuvo a escasas seis cuadras de casa. La situación ocurrió tras darme una vuelta prohibida con mi auto, sin embargo, la relevancia del suceso se debió a lo ocurrido después de una discusión de casi una hora, con ocho patrulleros rodeándome y el arrastre de mi coche hasta el corralón de Avenida Talismán y Gran Canal (muy lejos).
Insisto, el hecho por sí mismo es intrascendente, dado que tan sólo en 2016 se registraron 455 mil multas, según datos de Hiram Almeida, secretario de Seguridad Pública de la Ciudad de México.
Lo importante viene con las reacciones de gente con la que convivo a diario, pues sus comentarios iban encaminados al porqué no le di una “mordida” a la oficial, dado que no sólo fueron los más de 2 mil pesos de multa (un exceso desmedido) sino el tiempo que perdí para recoger mi carro hasta el depósito de vehículos.
Me puse a reflexionar acerca de esos comentarios, porque la mayoría eran en tono de reclamo por negarme a sobornar a la gendarme en cuestión. Con ello, me di cuenta del arraigo que tenemos tratándose de prácticas deshonestas y la facilidad con la que las aplicamos. Pareciera que traemos en nuestro ADN la costumbre de practicar cotidianamente refranes como “el que tranza no avanza” o el popular “el año de Hidalgo, chingue a su madre el que deje algo”.
Y es que esa manera de vivir se ha vuelto tan necesaria que nos sorprende (incluso apenan) aquellos que actúan con honestidad; nos es irreconocible un policía que no pida su “mochada”; se nos hace utópico (irrisorio, ingenuo y hasta condenable) un político cuyo único interés sea el de servir con honor a su cargo y no enriquecerse a costa del presupuesto. Y a pesar de ello, desdeñamos la corrupción, la señalamos, la vemos como lo que es: la lepra de las sociedades contemporáneas.
¿Pero cómo sacar la suciedad de la casa si nuestros zapatos están llenos de estiercol? Justo a finales de enero de este año se dio a conocer el Índice de Percepción de la Corrupción 2016 de Transparencia Internacional en el que se ubicó a México como uno de los países más corruptos: es la posición 123 de 176. Escándalos vinculados con el presidente Peña Nieto, así como desvíos y monstruosidades de gobernadores salientes, hicieron que México cayera 28 posiciones, con respecto a 2015.
Es obvio que nos indigna, agobia y nos hace perder la credibilidad en las instituciones la impunidad de estos casos, sin embargo, no nos molesta ¨darle para su refresco¨ al policía; jamás nos cuestionamos sobre la procedencia de la mercancía vendida en varios tianguis, pese a tener una certeza de su origen ilegal; no dejamos de aprovecharnos de las “oportunidades” de recibir algo del gobierno a cambio de regalar nuestro voto. Y así podríamos seguir con una eterna lista, señalada por muchos, pero corregida por muy pocos.
Y aunque suene idealista e ingenuo, prefiero pagar lo que me cueste mi falta, no porque me sobre el dinero (dudo que a muchos millenial les sobre) es más por una situación de ética, de valores, pues ¿cómo señalar a los Duarte, a los Borge, a los Romero Deschamps o a los Moreira, si cuando cometemos alguna falta tratamos de escabullirnos y soslayar el castigo de alguna manera?
Como quiera que sea, creo que podemos dar pasos sencillos para desterrar estas prácticas al asumir nuestras responsabilidades y, sobre todo, dejar de pensar que en este país no hay faltas sin castigos, pues no importa cuántas leyes se hagan, el número de funcionarios públicos que hagan su 3 de 3 ni las denuncias en la prensa si no empezamos a corregir nuestras malas costumbres. Sólo así podremos salir del agujero que cuesta 347 mil millones de pesos al año, según IPC.
De a tuit
Inician las campañas en el Edomex y en la baraja hay un rico, una maestra, una tercerona y el resto ¿hay para escoger o todos son lo mismo?