La primera vez que vi a Lula da Silva fue durante la preparatoria. Era una nota internacional en un noticiario de la televisión pública. Se hablaba del presidente de Brasil como un gran líder y demócrata que estaba haciendo historia.
En el reportaje, Lula inauguraba un hospital y muchos espectadores asistían al evento. De la nada, el presidente de Brasil empezaba a derramar lagrimas mientras abrazaba a los ciudadanos, esa imagen me impactó mucho.Jamás he visto esa conexión entre un político y la gente en México.
Desde ese día, para mí fue común verlo en los noticieros, de Televisa a TV Azteca, de CNN a Fox, se hablaba siempre de él. El primer decenio del siglo XXI fue una década maravillosa para la “izquierda” latinoamericana. En la región se consolidó una dinámica democrática efectiva y los gobernantes pusieron un énfasis crucial en atender la miseria de nuestra gente y reducir las desigualdades. De Lula a los Kirchner, a Chávez, Evo y Correa.
Los logros de Lula y el Partido del Trabajo (PT) en Brasil fueron tremendos. Reducir la pobreza del 32% de la población a 16% es algo que como mexicanos nos parece irreal, imposible, incluso considerando que somos un país atípico en América Latina que tiene una secretaría de Estado etiquetada bajo el adjetivo “Desarrollo Social”.
Pensar en Lula despierta muchas emociones. Pero hay algo concreto que podemos decir de él como persona y político. Algo positivo y algo negativo.
Lo primero es que desde el fin de la dictadura en su país, es el personaje más importante para la historia de la democracia contemporánea de Brasil. Durante sus dos presidencias, logró un pacto político y social que tuvo como eje central combatir la miseria que abatía a mucha de su gente y posicionar a su nación como una potencia global.
Lo segundo, es el hecho en el que nos falló el mismo Lula y el PT, los Kirchner y el partido Justicialista de Argentina, el Movimiento al Socialismo de Evo Morales, la Alianza País de Correa y el Partido PSUV de Venezuela. Nos fallaron a todos en el hecho de que con toda su vocación y logros sociales, no lograran enmendar la debilidad más grande que posee América Latina: la debilidad de sus instituciones, la fragilidad de su Estado de derecho, su sistema político y vida democrática. Tuvieron esa oportunidad y la dejaron pasar. Utilizaron el poder a su favor y, en algún sentido, también se dejaron corromper por él.
¿Cuál es la consecuencia de no atender esa necesidad apremiante desde hace décadas en nuestra región? Una región inestable, con democracias inmaduras, al borde de la ingobernalidad. Al borde de las crisis políticas y sociales que comprometen la estabilidad de una gran nación como lo es hoy Brasil.