Cuando inicié mi Servicio Social era diciembre de 2014; ahí conocí a bastantes personas, sobre todo a una que, para mí, ha significado mucho hasta el momento. Y es que encontrarme con aquel hombre implicaba muchas cosas, al principio compañerismo, después amistad y al final, amor.
Cuando platicábamos, encontrábamos cientos de temas en común, desde películas hasta cuestiones de gustos como formas de ser, perspectivas de vida, trabajo, pero, sobre todo, música.
He de admitir que ese hombre me cautivó, no era “mi tipo”, como generalmente solemos expresarnos de una persona que nos gusta, pero, para mí, era único; con él podía platicar de todo y nada a la vez; cada día me atraía más, aunque una cosa era segura: él no estaba interesado en mí de la forma en la que a mí me interesaba, o al menos no en ese momento.
Conforme transcurrió el tiempo, comenzamos a tener algo muy particular: cuando estábamos juntos cantábamos todo el tiempo, en su auto, en la calle, hasta en conversaciones nos enviábamos canciones para hacernos el día más ameno.
Un día, en las pocas veces que nos vimos, me dijo que escuchara una canción de Alex Ferreira, la cual, buscó en su dispositivo móvil para sincronizarla en su auto. Comenzó a cantar:
“Pero el día que te encuentre en el camino,
lo dejo todo, recojo mis cosas,
me pierdo contigo”.
Posteriormente, me contó que compraría un ukelele para aprender la canción y poder cantarme. Probablemente para muchos no suene significativo, pero para mí representó el inicio de algo.
Así que decidí comprarle un ukelele, no precisamente para que me cantara, sino porque sabía que eso lo haría feliz y deseaba su felicidad -como cuando ves a un ser querido y deseas entregarle toda la felicidad que uno pueda-.
Jamás olvidaré sus palabras de emoción; de hecho, mientras escucho “Me pierdo contigo”, es imposible no revivir ese momento, como si fuera la primera vez, nuestra primera vez.
Y es ahí, en los primeros párrafos de la canción donde encuentro un sentimiento que me estremece el cuerpo: felicidad.