Las modificaciones al cuerpo a través de operaciones estéticas están rodeadas de un conjunto de ideas que lleva a pensar en efectividad e inmediatez, es decir, es más rápido y aporta mejores resultados someterse a una liposucción que pasar meses ejercitando el cuerpo y sometiéndose a dietas, asegura la doctora Elsa Muñiz García, investigadora del Posgrado en Estudios Feministas en la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
La International Society of Aesthetic Plastic Surgery (ISAPS) señala que en 2016 sólo en cinco países –Estados Unidos, Brasil, Japón, Italia y México– se llevó a cabo 41.4 por ciento del total mundial de procesos quirúrgicos, en los que la liposucción y la abdominoplastia ocupan el primer lugar en México en el campo de la cosmética, aunque el surgimiento de la cirugía laparoscópica para la obesidad severa ha tenido gran aceptación entre quienes requieren bajar de peso.
La obesidad y el sobrepeso se han convertido en un problema de salud generalizado, empero para muchas mujeres sólo significa la imposibilidad de alcanzar la delgadez que exigen los modelos de belleza impuestos, por lo que la cirugía cosmética para combatir estos males ha cobrado importancia, convirtiéndose en un tema de apariencia, más que de salud.
La liposucción es la más conocida y popular, y es recomendada para mejorar los contornos faciales y corporales por medio de la remoción de depósitos de grasa no deseados y antiestéticos mediante una cánula y un dispositivo de vacío que aspira la grasa.
La abdominoplastia, también denominada cirugía abdominal o dermolipectomía, remueve quirúrgicamente el exceso de piel y tejido graso entre el ombligo y el pliegue abdominal inferior –otras veces desde una cicatriz horizontal de cesárea– dependiendo de las necesidades de cada paciente en concreto, la musculatura de la pared abdominal puede ser suturada y retensada.
Estos procedimientos quirúrgicos apelan de manera directa al deseo de acercarse a modelos de belleza impuestos y reúnen en el mismo proceso prácticas corporales de la medicina, la beldad, la normalización y la violencia, construyendo una clase de consumidores, hombres y sobre todo mujeres, que adoptan nuevos tipos de emociones y deseos en la búsqueda de la perfección.
La doctora en Antropología considera que la autoestima no debería vincularse al aspecto físico de las personas, pero desafortunadamente en el mundo moderno el culto al aspecto ha cosificado cada vez más los cuerpos, fragmentando al individuo como sujeto de totalidad, separando su organismo de su mente y la cirugía cosmética resulta aquí el dispositivo que escinde al ser.
La cirugía cosmética crea mundos ficcionales a través de la transformación de los cuerpos defectuosos en perfectos, en sujetos ficticios cuyas cualidades irreales son inalcanzables para la mayoría de hombres y mujeres, y de este modo sirven de culto a la apariencia, con los resultados involuntarios y negativos que se constituyen en procesos excluyentes y discriminatorios para un amplio sector de la sociedad que no se asemeja al modelo estético impuesto.