Un año más casi ha terminado. El 2014 ha corrido aparentemente rápido y con el ir y venir del sol y la luna que pasan sin importar lo que suceda de bajo de ellos; las personas se siguen moviendo y a pesar de que en el 2012 aseguraban que el mundo acabaría, aquí seguimos.
Y conforme nos acercamos al final de otros 365 días y seis horas, las fiestas decembrinas se sienten a flor de piel y hasta “olerlas” en el viento se puede, y digo, no es que las tiendas no las hayan promocionado desde finales de septiembre, pero todos se niegan a aceptar que el tiempo se acabó y que muchas de las cosas que debían/querían/podían hacer, aún no se han cumplido.
Navidad siempre ha sido una temporada para estar con la familia, sonreír, comer (a veces más de la cuenta), soñar, pensar en el otro y a veces, muy de vez en cuando, pensar y reflexionar sobre todo lo que se hizo o no durante todos esos días que quedaron detrás de nosotros, dando resultados satisfactorios y otros no tanto, haciendo que la respuesta no sea tan favorable (véase en “comer”).
Para México sin duda ha sido un largo año, y no porque el tiempo haya marchado lentamente, sino porque los acontecimientos que salieron a relucir para el interés público marcaron la pauta para medir, al menos en el plano de lo intangible, el paso de los días y los meses en la memoria y el olvido de los habitantes de nuestro país.
Apenas a poco más de dos años del sexenio que marcó el regreso del PRI a la presidencia de la República, pareciera que el proyecto de nación que se ha planeado, no ha resultado del todo como se esperaba; digo, no es que las autoridades antecesoras se hayan preocupado mucho por el bienestar del país, pero al menos las muchas de sus tragedias las dosificaban a lo largo del sexenio para que la paciencia del pueblo mexicano se mantuviera a “raya”.
Entre las reformas de trabajo, en telecomunicaciones y por su puesto la educativa; el descontento de varios sectores de la población comenzó a hacerse más que notoria, la capacidad a la cual “toleramos” el abuso de autoridad llegó a niveles alarmantes, hasta que definitivamente al gobierno se le escapó de las manos la situación, y por más que quisieran tapar el sol con un dedo, la realidad no podía ser ocultada.
No es necesario mencionar la cantidad de atrocidades y descontentos que se han generado durante el año y las consecuencias que éstas han traído. El hastió casi generalizado, visto en las manifestaciones de las últimas semanas, y hasta un par de estallidos de violencia (jamás la mejor solución), han dejado en claro el terreno en donde estamos parados.
Es triste que para este primer número el texto no sea algo esperanzador y de felicidad como nos acostumbra la época, pero es más triste aún la realidad a la cual hemos llegado; que el recuento de los días y los meses no nos dé buenas nuevas como la que los ángeles en Belén llevaron a aquella primera navidad, y que hoy no se escuchen cantos en las calles ni esperanza en la ciudad.
Pero no todo está perdido: “mientras haya vida hay esperanza”, al menos eso dicen las abuelas, y ellas la mayor parte de las veces tienen la razón. Que ante la víspera de comenzar un nuevo año nuestros propósitos vayan más allá de una buena dieta o una buena figura, que puedan incluir una mayor solidaridad e iniciativa por cambiar la realidad, y no desde una red social o ir y matar al presidente ganas no faltan, sino con pequeñas acciones de bien para los demás.
Que el iniciar un nuevo año no implique el olvido, puesto que las tragedias del año pasado nos acompañaran y vale la pena luchar por ellas. Hoy la sangre de al menos 43 normalistas sigue manchando el Estado mexicano y nos muestra lo lejos que estamos de una blanca navidad.