Después del palpitar del cielo en los pulmones
y las estrellas sobre nuestras arterias,
termina esa masacre de noches húmedas
y cuerpos que se rinden al hambre noctámbula.
Queda solo el insano placer
de soltar y no dejar ir,
negar y ser:
toda condición de soledad en los amantes.
Más allá de las sonrisas que amanecen frescas en sábanas calientes
el amor es sólo un reflejo de cada golpe recibido,
un fruto más de las infancias infelices,
un salto al abismo que nos come los huesos
y nos hace escupir esa soga en la garganta que por años intentamos tragar.
Entendemos al fin el Amor
como uno de los instintos más bajos del ser humano,
una trastornada condición
que busca enfermos mentales
y los convierte en apasionados suicidas.
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