En 2011 Japón atravesó momentos muy difíciles luego de que el terremoto y posterior tsunami afectara varias ciudades y ocasionara la muerte de alrededor de 15 mil de habitantes. En estos momentos, la obra de una poeta japonesa de principios del siglo XX sirvió de apoyo y consuelo ante el tamaño de las pérdidas y la desolación. El Consejo de Publicidad de Japón decidió utilizar versos de Kaneko Misuzu con el objetivo de devolver un poco de esperanza a los habitantes. Esos versos pertenecen al poema “Eres un eco”:
Si digo “¿Vamos a jugar?”,
dices “Vamos a jugar”.
Si digo “¡Tonto!”,
dices “Tonto”.
Si digo “¡No quiero seguir jugando!”,
dices “No quiero seguir jugando”.
Luego, me siento sola.
Digo “Lo siento”,
dices “Lo siento”.
¿Eres un eco?
No, eres todo el mundo.
El poema buscaba en su momento inyectar confianza en la población y animarla a seguir adelante a partir de la solidaridad, la cual llegó desde muchas partes del mundo en apoyo a una nación devastada.
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Hace apenas unos días que me comencé a adentrar en la poesía de esta desconocida poeta, y me encontré con la antología bellísima editada por Satori —una editorial española especializada en cultura y literatura japonesa—. En el prólogo de esta antología se cuenta el origen de ésta, y la historia es triste al tiempo que esperanzadora, como lo son en realidad muchos de sus poemas.
Nacida en 1903, Misuzu (o Teru, como se llamaba originalmente) tuvo a su alcance muchas lecturas de todo tipo debido a que el negocio familiar era el de una librería, también contó con el privilegio de aprender a leer y escribir y además estudiar sin interrupciones hasta los 18 años. A muy corta edad comenzó a escribir y a enviar poemas a revistas, que los publicaron con entusiasmo y la alentaron a continuar en el camino de la escritura. Pero su vida comienza a enturbiarse luego de su matrimonio: padeció la infidelidad de su marido, el contagio de una enfermedad venérea y el pleito por la custodia de su hija. Misuzu se suicidó a los 26 años con una sobredosis de calmantes: dejó sólo una carta en la que le pedía a su hermano que publicara sus poemas. Luego de esto, la poeta cayó en el olvido.
Hasta mediados de la década de 1960 el poeta y estudioso Setsuo Yazaki se topó con uno de los poemas de Misuzu y de dio a la tarea de encontrar el resto de su obra. Luego de varios años de búsqueda y viaje dio con su hermano ya septuagenario que todavía conservaba los cuadernos intactos de Misuzu, 512 poemas que se publicaron y poco a poco se fueron traduciendo a diversas lenguas.
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Una de las características de su poesía es la sencillez, pero no entendida como simpleza. Sus versos sobresalen por la concreción y la economía del lenguaje, y por la especial mirada que transforma cosas cotidianas en revelaciones existenciales. En muy pocos versos la poeta es capaz de englobar problemáticas universales que resuenan en individuos de muy distintas naciones o contextos sociales.
Mizusu tenía una especial preocupación por la naturaleza y con ella estaba presente la idea de la totalidad, de lo cíclico y de la armonía de los elementos que parecerían contraponerse. Esto se nota, por ejemplo, en el poema “Estrellas y dientes de león” en donde rescata la noción del Ying y el Yang, no como opuestos sino complementos de una misma cosa:
Profundamente en el cielo azul,
como guijarros en el fondo del mar,
yacen las estrellas invisibles a la luz del día
hasta que llegue la noche.
No puedes verlas, pero están ahí.
Las cosas invisibles siguen ahí.
Los dientes de león marchitos y sin semillas
escondidos en las grietas de la teja
esperan silenciosamente la primavera,
sus raíces fuertes no se ven.
No puedes verlos, pero están ahí.
Las cosas invisibles siguen ahí.
Me parece especialmente hermosa la manera de apuntalar una religiosidad que trasciende todas las iglesias y los credos al decir que la totalidad es imperceptible a los ojos pero no por eso inexistente, que las cosas están aunque no se las pueda ver.
Los poemas de Misuzu recuerdan la importancia de las cosas que damos por sentadas, la observación, el tiempo que se necesita (y que muchas veces no tenemos) para prestar atención a pequeños momentos de nuestras existencias, por muy intrascendentes que nos parezcan. La preocupación por la naturaleza y la supervivencia de los animales, tan profundamente tratada por Misuzu está ahí como un recordatorio de lo finito y de lo triste de la muerte, pero también apela a una llamada de atención sobre cómo somos los seres humanos frente a los animales:
Amanecer,
espléndido amanecer.
Gran captura,
gran captura de sardinas.
Arriba en la playa
hay una fiesta,
pero en el mar
celebrarán funerales
por decenas de miles.
Este poema, llamado “Gran captura”, nos hace pensar en cómo muchas veces miramos a los animales como objetos que están ahí para servirnos y no como seres con independencia y sensaciones como nosotros mismos.
Hay muchos elementos extraordinarios en su poesía; personalmente me conmueven mucho la manera en que asume los sinsabores o las tragedias de la vida, por un lado, y la delicada esperanza que se cuela en las palabras exactas. Pienso que para una mujer que tuvo una vida difícil debería ser complicado contar con una visión solidaria y ese tan peculiar acento que pone en las cosas nimias e intrascendentes; creo que justo es por eso que sus poemas resultan extraordinarios y considero que hay mucho que aprender de ellos.
Para finalizar esta entrada pongo un poema que me dejó pensando que quizá se refiere a la muerte, de una manera bella y natural como pocos (o tal vez es que yo veo muerte en todos lados). Se llama “La vela”:
Posé mi vida
en una de las conchas de la orilla
y esa vela partió hacia alguna parte.
Así,
partió.
Había gente.
Había cosas.
Referencias:
Kaneko, Misuzu, El alma de las flores, Antología poética bilingüe, Satori, Oviedo, 2021