Sor Juana habla del amor

La visión de Sor Juana frente al amor es sorprendentemente vigente después de 326 años de su muerte. Foto: Inba.

El 17 de abril recordamos el aniversario luctuoso de Sor Juana Inés de la Cruz. Y yo quiero aprovechar la ocasión para hablar un poco sobre la visión de Sor Juana frente al amor, que es sorprendentemente vigente después de los 326 años que en 2021 se cumplieron de su fallecimiento.

Es famosa la afirmación de Sor Juana que aparece en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz en torno a que el único texto auténticamente suyo y hecho a voluntad era el Primero Sueño. Personalmente —y quizá estudiosos de a deveras coincidan— opino que pecaríamos de ingenuidad si creemos que de verdad todo lo demás fue escrito por encargo. A mi parecer, los sonetos amorosos debieron de haber salido de experiencias personales, pues parece conocer muy bien el amor en primera persona y no a partir de lo que se podría sacar de los libros. Cito uno de ellos:

Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco:

a quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro
y al que le hace desprecios enriquezco;

si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí ofendido
y al padecer de todos modos vengo;

pues ambos atormentan mi sentido;
aquéste con pedir lo que no tengo
y aquél con no tener lo que le pido.

Me parece importante resaltar lo actual que es para el siglo XXI esta dinámica del deseo para las relaciones de pareja: el amar a quien no nos quiere, el despreciar a quien nos adora. No es que me sorprenda que seamos los mismos hace 500 años que ahora, a pesar de los renovados acuerdos sociales y culturales. No me sorprende, pero sí me intriga que nuestra naturaleza sea así de simple. Parece que no somos capaces de amar sino lo que no tenemos y por estar empecinados en lo que no tenemos despreciamos a la gente que nos procura, nos cuida, nos llama, nos busca y hasta nos quiere.

Traigo a Sor Juana a cuento para ejemplificar una parte de mi vida. Yo me alejé del jueguito hace varios años, afortunadamente, pero me costó mucho trabajo entender que no había futuro, ni sentido, ni razón en actuar así. Antes era constante en mi vida tener a alguien, a mi Lisardo, alguien que, si bien no me aborrecía, sí me robaba buena parte de mis esfuerzos y por supuesto no me daba a cambio lo que yo quería. Al mismo tiempo tenía a varios Felicianos: personas que me buscaban, decían querer estar conmigo, me llamaban, me preguntaban qué quería hacer, cómo estaba, ya saben… Y yo, como en el poema, los hice a un lado.

A lo largo de la vida me he dado cuenta de que este comportamiento es de lo más normal del mundo (eso no significa que esté bien). Se han escrito libros al respecto: novelas, poemas imposibles de contabilizar; también se han hecho canciones y por supuesto películas. Por ejemplo 500 days of summer que es el ejemplo perfecto de cómo una persona encuentra al amor de su vida, mientras el otro no, y cómo una parte sufre profundamente mientras la otra se desentiende sin mayor empacho.

Y así se nos va buena parte de la vida: hundidos y sufriendo porque quien queremos no nos quiere. Y mientras, unas veces con más conciencia que otras, ahí vamos despreciando a quien nos desea y procura, por estar cegados y empecinados con alguien más. Y no vemos. Y nos enfrascamos en el dolor y el absurdo, hasta que un día no sé cómo trascendemos y entendemos —adultez, tal vez sea eso— que hay muchas otras cosas que vale la pena mirar en el mundo y que un cambio de perspectiva es todo lo que se necesita y quizá, también un poco, asumir que el amor también es una decisión y que es mucho más que un capricho o un ensueño.

Hace muchos años me pregunté si yo tendría que forzosamente esperar a encontrar lo que quería con exactitud (a veces hasta con una ilusión tonta). Llegué a pensar que sí, pero luego comprendí que no. Y aquí quiero citar a Oliverio Girondo con una frase que aplica para este caso y para todo lo que se requiera en cualquier momento de la existencia: “Quien exige demasiado de la vida, es decir, quien exige de la vida todo lo que promete, acaba en la desesperación”. Nos han prometido eternidades y amores infinitos hechos a medida, quizá debamos entender de una vez por todas que tal cosa, si existe, tal vez no es para todos, que no nos va a tocar a todos.

Continúo con otro soneto de Sor Juana en el que ofrece un giro interesante a la situación: aquí se muestra resignada al dilema, se dice derrotada y “conforme” en el enfrentamiento de los hechos. Ella se contenta con, como dicen, “lo menos peor”. Escribe:

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.

Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.

Por ahí he leído y escuchado de boca de la gente que es mejor emparejarse con alguien que te quiera y te procure y te busque, sin importar que no sientas lo mismo. Creo que Sor Juana se perfila hacia esto, aunque no lo dice abiertamente. Yo más bien concluiría con una frase que parece para un meme: “Quédate con quien te quiere”, en lugar de ser la sobra del que no.

Hace unos años no estaba de acuerdo, yo no quería la “mediocridad”. Era una persona que se identificaba al 100% con Viola de Lesseps en Shakespeare in love y no estaba dispuesta a tener menos que ese amor que se desborda por todos lados, ese ideal, esa perfección. Repudiaba el conformismo de Sor Juana en este último soneto. Pensaba que el sufrimiento previo era válido a cambio de encontrar el amor avasallador. Unas líneas arriba afirmé que el amor era una decisión; de verdad lo creo, porque no es algo que pasa de pronto sino algo que se tiene que cosechar y cuidar, al final hay una conciencia por estar ahí: no es una fuerza que enceguece, sino una decisión racional. Creo también que es importante dejar de idealizar. El amor es más fuerte que muchas cosas, pero —spoiler alert— no es más fuerte que todas las cosas.

El ser humano, como sea, no deja de ser primitivo: si tiene algo perfecto lo desprecia, si tiene algo seguro, no lo cuida; en cambio busca con fervor lo que no le dan en bandeja de plata. Así somos. Pero ese ya es otro asunto, y, tomando la frase de Michael Ende en La historia interminable: “esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.”

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