Hay algo imponente en “La Giganta” que simplemente nos deja sin palabras. La escultura de José Luis Cuevas, ubicada en el museo que lleva su nombre, es una obra monumental que es imposible no impresione. No obstante, a pesar de su grandeza, hay algo de “La Giganta” que a muchos no termina por gustar, e incluso, llega a incomodar.
El efecto que provoca esta escultura refleja a la perfección la personalidad del artista que fue Cuevas. Un genio precoz, que desde sus primeros años se supo brillante y que, con pocos años, llegó a encarar al establishment para imponerse como el representante de una nueva vanguardia.
La creación de su estilo y el neofigurativismo ayudó a cambiar el arte mexicano que se había centrado en los temas de la Revolución Mexicana y el marxismo, lo que dio fuerza a la Generación de la Ruptura que abrió nuevos espacios y horizontes de creación para los artistas mexicanos.
A pesar de su genio, que no puede ser puesto en duda, y que cientos de premios y muestras en museos a nivel internacional respaldan, Cuevas fue una personalidad tormentosa del arte mexicano.
Cuevas se presentó ante el mundo del arte nacional como un prodigio pusilánime, que no tenía miedo de criticar la obra de sus antecesores, que no temía molestar en cadena nacional a artistas como Siqueiros.
Al inicio, podríamos adjudicar esa actitud a una inmadurez del joven artista, sin embargo, en sus últimos años, Cuevas se presentó ante los medios como un anciano rabo verde que tachó de malos e insignificantes a sus predecesores. De forma asombrosa, fue un niño y un viejo cretino, a la par de un narcisista de primera.
Asombroso era escuchar y leer las cosas obscenas que se decían sobre su actitud en público, cómo hacía explicito su desprecio a la gente y visibles sus groserías por la más insignificantes cosas en los eventos a los que asistía. ¿Por su genio, podíamos condonarle tan despreciable carácter?
A pesar de su personalidad, Cuevas fue un gigante. Famoso fue el momento en que el New York Times, en 1960, lo comparó con Pablo Picasso, mayor aún fue el hecho de que el mismo artista español comprara, en una exhibición suya ,dos de sus trabajos.
Por años su actitud explosiva lo hizo estar fuera de los grandes museos mexicanos, y lo que pareció un castigo de las vacas sagradas hacía la arrogancia de Cuevas, se transformó en una promoción internacional a su obra, que hasta la década de los noventas, del siglo pasado, fue más conocida en el extranjero que en su tierra. Momento en que se extinguieron todos los viejos patriarcas del arte mexicano y el tiempo le dio ese lugar.
Su muerte ha causado un sinfín de polémica, de emociones encontradas y, a pesar de todo lo que podamos opinar, no podemos decir: ¿no es acaso eso lo que deba generar todo gran artista?
Brillante como pocos artistas, desagradable como un ser humano, ayer murió uno de los grandes exponentes del arte mexicano. La gente hablará bien o mal de él, podrán expresar su molestia o su admiración a la obra que le sobrevive, pero lo que es un hecho es que nunca quedaremos al margen del terrible artist, de ese hombre injusto y prepotente que legó grandes obras al arte en México. De ese genio que fue José Luis Cuevas.
El pintor y dibujante falleció del lunes 3 de julio, a los 86 años de edad. El deceso fue confirmado por la Secretaría de Cultura Federal. Se espera que se le realice un homenaje en el Palacio de Bellas Artes.