Relato | Para Siempre (Parte IV)

A la mañana siguiente empacó sus cosas. Mientras le ayudaba a guardar su ropa, me pidió que si tenía alguna otra pesadilla le marcara...

A la mañana siguiente empacó sus cosas. Mientras le ayudaba a guardar su ropa, me pidió que si tenía alguna otra pesadilla le marcara para que no me sintiera sola, pero como no me vio convencida, me regaló un rosario y una estampita con el arcángel San Gabriel. Yo no quería que fuera, incluso le pedí irme con ella, pero se negó, al argumentar que yo tenía que estar en casa para cuidarlos a todos.

Mi papá la llevó a la central de camiones con mi hermano y volví a sentirme acechada, esta vez con más fuerza. Mamá notó mi aterrador semblante que demostraban mis ojeras y me preguntó que si quería ir al doctor. Me negué por completo, mi problema no era médico, tenía que ver con la casa, le dije, a lo que mi mamá volvió a replicar que esos eran cuentos de chamacos imberbes y que dejara de pensar tonterías.

Ese día estuve esperando toda la tarde la llamada de mi abuelita. Mis papás me invitaron con ellos y mi hermano para pasear en la plaza Reforma 222, pero no quise ir, tenía que hablar con mi abuelita. Al fin sonó el teléfono, era ella pero con un tono de voz diferente.

–¿Qué tienes, abue?

–Sal, sal de ahí ahora– me decía con mucho esfuerzo.

–No te entiendo, abue, qué pasa, me estás asustando.

–Sal, sal…

La llamada se cortó y quise devolvérsela cuanto antes pero estaba fuera de servicio. Marqué muchas veces pero nunca entró. Mis papás llegaron a los pocos minutos, mi mamá llorando y mi hermano tratando de abrazarla entraron corriendo hasta su cuarto.

–¿Qué pasa papá?– pregunté alarmada.

–Tu abuelita tuvo un accidente hace tres horas en la carretera hacia Querétaro. El camión se salió del camino y chocó contra un tráiler. Todos murieron. Ya tus tíos fueron a reconocer el cuerpo, aunque todo indica que era su transporte el que se estrelló.

Me quedé en shock. No podía creerlo, sobre todo porque acababa de hablar con ella. Traté de explicarle a mi papá las palabras que habíamos cruzado hacía unos cuantos minutos pero no me creyó, me pidió que me calmara y que estuviera al pendiete para cuando nos fuéramos al velorio. Me fui corriendo a mi cuarto y me quedé llorando toda la tarde hasta quedarme dormida.

Desperté en medio de la oscuridad. Los focos no encendían y en la casa no se oían ruidos, ni siquiera el llanto de mi mamá que era más fuerte que el mío. En la calle se escuchaba aullar a una jauría de perros, como si me alertaran de algo.

Grité por mi papá, por mi mamá y por mi hermano, pero nadie me respondió. Me paré para buscarlos, pensé por un momento que se habían ido al velorio. Toda la casa estaba oscura, apenas y podía ver con la luz de mi teléfono.

Busqué en las recámaras pero no encontré a nadie. Bajé a la sala y no estaban, así que volví a subir por mis llaves y salir a la calle pero ahí la vi de nuevo, era mi madre, parada de nuevo en frente de nuestra fotografía.

–Ya nos vamos. Todos tenemos que irnos, nadie debe faltar– dijo mi mamá con voz áspera.

Volví la mirada hacia mi cuarto y ahí estaban mi papá y mi hermano, tenían los ojos completamente blancos, la cara pálida y de sus cabezas y cuerpo escurría sangre. De un momento a otro mi madre ya estaba con ellos, justo a su lado.

De pronto, la mancha de la sala comenzó a crecer más y de ahí salió la misma criatura de mis pesadillas. Destrozó la pared como si se tratará de unicel y cuando se puso de pie comenzó a subir las escaleras hasta donde estábamos los cuatro. Despedía un olor pestilente, como a orines y a perro muerto. Era un aroma nauseabundo que me obligaba a tapar mi nariz y boca, aunque sin ningún resultado. La bestía se colocó justo entre mi familia, tocándolos a cada uno con su lengua.

–¡¿Quién eres y qué quieres?!– le grité al monstruo. Con sus garras señaló la misma fotografía que tanto veía mi madre y poco a poco se iba adhiriendo a ella. Su cara y su cuello se deformaron y empezó a hablar en un idioma que no conocía, aunque cambió poco a poco a un español no muy entendible.

–Recuerda, recuerda la navidad– dijo mi madre.

–Recordar qué. No entiendo– respondí.

Sin embargo, cuando vi la fotografía empecé a hacer memoria. Los momentos de ese 24 de diciembre. La tristeza que tuve por completo en esa fecha al enterarnos de que mi abuela había muerto camino hacia la Ciudad de México durante un accidente en la carretera.

Era la primer navidad que estábamos sin ella y no pude superarlo durante todo el año, no quería que llegara otro diciembre, pero llegó. No lo soportaría, no sin ella. Así que busqué hacer contacto para hablarle, aunque fuese sólo una vez. Le pedí a una amiga de la escuela, quien se dedicaba a leer cartas que me ayudara. Ella me llevó a una misa negra donde me dieron una tabla para invocarla en casa, y así lo hice.

Llegué y comencé. Le hablé una y otra vez pero no pude hacer que me respondiera, sólo una esfera en el árbol de navidad se movía, lo hacía como péndulo. Era normal para mí, a través de esa esfera me comunicaba con ella y pasaba horas. Así estuve varios días hasta que mis padres se preocuparon mucho, además, mi hermano veía cosas en la casa y decía que había siluetas blancas que confundía con la abuela.

Las cosas empeoraron y me llevaron a un hospital. Decían que hablaba en otros idiomas y que apestaba como si algo se estuviera descomponiendo dentro de mí, a pesar de que me bañaran diario, a veces hasta en dos ocasiones. Los medicamentos no me hacían mejorar, por el contrario, me ponían más violenta al grado de golpear a mis padres y lastimarlos. De hecho, fue en la última recaída cuando me tuvieron que llevar a urgencias. No respiraba y me estaba ahogando con mi saliva.

Mi familia completa iba en el carro tratando de ayudarme a no morir, un 24 de diciembre. Desafortunadamente no pudieron hacer nada, mi condición me hacía perder la cabeza y me volvía una amenaza por momentos, así fue que los hice chocar y todos murieron, incluyéndome.


Para siempre: parte uno, dos y tres



 

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