En mis zapatillas
notarás que los cordones
hacen saltar la gordura de mis tobillos.
Soy obesa.
Me alegra pintarme el rostro porque el labial se asienta igual
en flacas o en gordas.
Los trajecitos de bailarina, esos sí,
los confecciono a mi medida.
Y salgo a lucirme apretada dentro la ropa
que me gusta pero me hace ver ridícula.
Los hermanos idiotas viven en la casa de enfrente.
Circo de fenómenos.
También son gordos
pero una falla genética los hace lentos y no perciben como yo los propios defectos.
En verano salen de paseo,
muestran sus grotescas enfermedades sin miedo
esbozan una sonrisa que parece auténtica
mas entre los hoyuelos, aunque no requieran la máscara del maquillaje,
se escabulle la tristeza.
Recuerdo a las pequeñas gemelas que viven al final de la calle.
Son delgadas y su cerebro parece funcionar con normalidad
pero su perfección no me engaña: sufren.
Viven atrapadas en uniformes lúgubres
arregladas idénticas:
producción en serie.
No necesitan ideas propias.
Parecen sombras perfectas que se inclinan con gracia al tomar sus verduras
fantasmas infantiles que siguen reglas.
Nunca se mueven el moño de la cabeza
Rían a tiempo, niñas, no importa que no lo sientan.
Hay un recién nacido que salió de las entrañas de mi hermana,
querubín enojado con el mundo.
Cuando duerme parece que ignora las adversidades de la vida,
llora porque sabe la pudrición a la que fue arrojado.
El pequeño será consolado unos años
y después sabrá que el llanto es el pan de cada día.
Y qué más da si me observas y te ríes.
También eres parte de la misma obscena existencia
Un fenómeno con más o menos deformidades.
Somos errores arrojados a una tierra incomprensible.
Obligados a abrir los ojos,
sobrevivimos en el fango de cimientos engañosos
y bellezas falsas de absurdas exigencias.