No me dejes juegos de sombra
en las paredes del cuarto,
ni halos de luz brillando en la ventana.
Lleva tus gestos amables,
tus labios, tu nariz,
tus párpados pesados;
tus pestañas que acariciaron,
como mariposas aleteando,
sobre el cielo de mi piel.
Si te vas, llévate contigo:
empaca tus palabras en voz baja,
guarda tus gemidos y la alevosía
de los besos a ojos cerrados.
Y no olvides llevarte, sobre todo,
el eco imaginario de tus pasos
que punzará hondo en mi pecho,
cada vez que, al llegar la noche,
tenga que apagar la luz.