Sobre la amistad

la amistad
Foto: sweetlouise/Pixabay.

Llevo ya varios meses pensando en la amistad y en los cambios y en los olvidos y en las distancias. Pero la semana pasada leí un texto de Raquel Castro sobre estas personas que eran importantes y que con el tiempo pasaron a otro estatus, a otra dinámica, y no sabemos bien cómo o por qué o si alguien tuvo la culpa. Su texto me dio un empujón para ponerme a escribir un poco más en serio sobre este tema pues creo que el asunto me da vueltas desde que empezó la pandemia, pero no lo había aterrizado con seriedad.

Esto se trata de las amistades y de la falta de eternidad. Quiero creer que hay amistades que se quedan toda la vida, sin embargo hay muchas otras que por diferentes circunstancias deciden andar por otros caminos. A veces pasa que aquellas que imaginamos como las que se quedarían siempre son las que se marchan. Yo misma me he alejado por convicción, por necesidad, por enojo, por falta de empatía, no lo sé. 

Desde hace tiempo dejé atrás el romanticismo de la eternidad, y me doy cuenta de que la amistad también puede ser un ideal y una concepción, con preceptos fuertes que sin embargo en la práctica demuestran su verdadera fragilidad. He llegado a la conclusión de que me alejo de donde dejo de estar bien, sean personas, lugares, situaciones. A veces es muy difícil cortar y en el proceso hay dolor y decepción. Pero ¿quien dijo que la vida era flotar sobre mieles de cosas siempre agradables?

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Muchas veces no tengo claro lo que quiero, pero sí (casi siempre) lo que no quiero. Hace ya años que corté de tajo con un amigo de muchos años porque nuestras diferencias ideológicas eran tan fuertes que provocaban enojos. Él decidió despreciar a los gordos, vomitarse en el feminismo y criticar a los homosexuales. Yo no comulgo con sus argumentos, y algunos de ellos son ofensivos por extensión, es decir, no me insulta a mí pero sí a cosas que represento: yo soy gorda y soy mujer y no puedo ignorar los logros que ha tenido el feminismo para que yo pueda hoy gozar de muchas cosas que hoy en día doy por sentadas. Así que me alejé pues consideré que no había pilar suficiente que nos mantuviera cerca, la amistad de años, desafortunadamente, no lo era. Y él tampoco hizo nada para traerme de vuelta, simplemente me vio partir y cortar la comunicación.

Así sucede. Hay veces en las que no me he ido yo, han sido los demás que me han dejado por diversas razones, y ahí uno debe aceptar y hacerse la idea de que no lo quieren cerca. El 4 de julio de 2014 fue la última vez que hablé con quien fue mi novio por tres años (ahora, en perspectiva, también dudo si debo llamarlo “novio”), y con quien ya había terminado la relación desde hacía meses; se supone que estábamos bien y podíamos hablar como personas adultas y maduras. Pero no, de pronto un día me dijo que su novia ya no le permitía hablarme y que él ya quería hacer las cosas bien y no mentir, que le resultaba muy difícil ser mi amigo. No creo necesario ahondar en cómo me sentí, botada a la basura por la misma persona por segunda vez; pero entendí (porque tal vez una de las virtudes de la adultez es bajarle un poco al drama), me costó mucho dejar de escribir y dejar de buscarlo a pesar de que era evidente que no me quería ahí ni para un saludo. Pero como bien escribió una vez Alejandro Páez Varela: “El amor no acaba ni siquiera en un choque de trenes. Pero un no, es un no. Y listo.” Se acabó, no había de otra más que alejarme.

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En algún momento del encierro por pandemia se terminó oficialmente otra amistad más. Y la cosa es más o menos igual. Ambas partes deciden sus vidas y no siempre hay cabida en esas decisiones (no es necesario entrar en detalles). Y el tiempo pasa y lo que se dice deja de tener sentido porque cada quien está en una línea de entendimiento diferente (es raro, pero no lo puedo expresar de otra manera). Me da tristeza todavía, pero sé que era cuestión de tiempo, sé también que yo aguanté meses, incluso años tratando de que no se derrumbara lo que sabía que se derrumbaría. Hasta que pasó. Claro que hay dolor, claro que hay dudas, claro que uno quiere comprarse la idea de que las cosas son para siempre. Pero la realidad nos pega, y a mí me es imposible estar donde no me hallo (dicen los inteligentes que en el desapego se vienen muchas despedidas pero también se gana mucha paz).

Mis amigas de la prepa, con las que ya no hablo, sabrán a qué me refiero, la gente cambia y a veces ya no hay cabida en esos cambios. Hay algunas amistades que soportan y otras que no. No sé cuál es la fórmula que explica, en este caso, a las que se quedan y descarta a las que se van, acaso podría esbozar las causas de que yo me quiera ir o quedar. En general pienso que simplemente a veces uno deja de pertenecer y tiene otras cosas en la cabeza. Quizá hay alguna esperanza de reconciliación y continuidad, pero no veo el caso de ponerla ahora sobre la mesa. 

Así las cosas. La vida no es bonita. Hay un montón de cosas que la hacen difícil, pero aquí andamos y creo que lo mejor que podemos hacer es tratar de estar bien con nosotros mismos. Y seguir adelante.

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    By: Adriana Dorantes

    Es maestra en Literatura Hispanoamericana. Primer lugar del Certamen Relámpago Internacional de Poesía Bernardo Ruiz, 2009. Ha colaborado en algunas revistas impresas y digitales y suplementos culturales con poesía y artículos sobre literatura, como: Destiempos, Dos Disparos, Valenciana, Mexicanísimo, Casa del Tiempo, Moria, Revarena, entre otras. Autora de los libros de poemas Quién Vive (UAM, México, 2012) y Entre mares alados (Ediciones y punto, México 2014) y del libro de cuentos Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Sediento, México, 2014). Segundo lugar del Torneo de Poesía Adversario en el Cuadrilátero 2015.

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