Por Guadalupe Fernández

Lanzó un gran suspiro que se desvanecía en el aire frío del bosque. Comenzó a angustiarse. Sólo se oía un llanto estruendoso, como si se fuera asfixiar por la desesperación ¿Dónde estaba su niña, su bebé? Se echaba la culpa, si no la hubiera llevado en el asiento de adelante en aquél automóvil negro…, tal vez ya la hubiera encontrado. Desolada, Rosario comenzó a buscar entre los arbustos, entre las yerbas y hasta por debajo de las piedras, literalmente. Nada. No estaba, se la había llevado el viento. Su mente comenzó a nublarse. Sus enormes piernas, ahora llenas de moretones, se debilitaban; su piel blanca palidecía cada vez más. Estaba a punto de desmayarse.

Todo fue por una pequeña distracción. Casi moría por un accidente automovilístico. Rosario miraba cómo su hija de un año jugaba con su sonaja y sus delicados labios esbozaron una ligera sonrisa. Entró a un camino de dos carriles. Apenas veía los cerros y los árboles de alrededor del camino a través de una espesa neblina.

Entonces, una enorme camioneta Pick up roja se cruzó en su camino. Por quererla esquivar, cayó en una depresión fuera de la carretera, tal vez de un par de metros de profundidad. El auto se había volcado. Durante un instante recorrió su vida entera y en su mente pudo ver a la muerte cerca como una sombra fría y seca que se alejaba sin previo aviso.

Tuvo suerte. Despertó de unos minutos de inconsciencia, se talló sus pequeños ojos castaños de pestañas largas. Se quitó su largo cabello negro de la cara. El parabrisas estaba totalmente roto y el techo abollado. Delgada, como era, logró escurrirse por una de las ventanas para intentar salir del Tsuru. Apenas podía moverse. Descansó un momento sobre la tierra, no podía más. De pronto recordó a su hija, Alicia, ¿dónde estaba? Debió haber salido por el frente, o tal vez quedó aplastada por el vehículo…

Rosario olvidó sus propios golpes y la posibilidad de haber muerto, eso ya no era importante. Ahora, su sepultura sería representada por la desaparición de su pequeña hija. Alicia estaba en peligro por una causa antinatural provocada por el descuido de su propia madre.

No supo cuánto tiempo la buscó pero ella sintió que fue toda una eternidad, hasta que por fin cayó inconsciente. Un golpe en la cabeza le produjo un sueño instantáneo. Dentro de él comenzó a delirar: monstruos la perseguían, dedos la señalaban, insultos le decían “Inmunda, no deberías ser madre”. Deseaba estar encarcelada porque creer que el accidente era un terrible asesinato cometido por ella misma.

Por fin llegaron los paramédicos que bien parecían ángeles con sus uniformes blancos, ellos podrían regresarle el alma, regresarla a la vida ¿Pero de qué servía sin Alicia? De pronto un llanto infantil se escuchó. Podía ser un milagro. No, era más que eso.

Los médicos la habían encontrado a la bebé a unos cuantos metros delante del accidente, situación inexplicable porque la madre había recorrido mucho más. La niña estuvo inconsciente por el mismo tiempo que Rosario la había buscado, por ello no había escuchado los gritos de su hija. Alicia abrió sus ojos infantiles, sus signos vitales funcionaban bastante bien. El pequeño rostro estaba rojo por el llanto. Alicia se ahogaba en lágrimas y Rosario en culpa. Su cuerpo estaba en buenas condiciones, salvo algunos moretones escondidos por gruesas capas de mugre y dos costillas rotas que dificultaban un poco su respiración y su llanto.

Ambas se fueron en la ambulancia. Sólo parecía haber sido un largo susto, más bien, un suplicio. En medio de doctores, máquinas y medicamentos, Rosario recordó de nuevo el peligro en el que estuvo su bebé y su mente comenzó a nublarse. Le llegó el mismo llanto estruendoso que tenía durante la búsqueda y la taquicardia. No podía respirar, sus signos vitales se desvanecían. No importaba, su hija ya estaba bien, con vida, a salvo. Rosario sentía que ahí terminaba todo. Un suspiro se desvaneció en aquella ambulancia.

 

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