ÓA. Regresando a Temporada de huracanes, me llama mucho la atención que comienza con el descubrimiento de un cadáver por un grupo de chicos, ¿qué ocurre con la niñez y la muerte? Quizá esos dos conceptos no están tan relacionados cotidianamente, pero hay personas que señalan que encontrarse con un cadáver por primera vez es cuando se acaba tu infancia.
FM. ¡Órale! No lo había pensado así. Quería que la novela empezara con una escena fuerte. Es una escena en donde unos niños están jugando y de repente se topan con un cadáver y además les sonríe. Creo que era un poco jugar con eso: marcar el final de la inocencia empezando la novela.
Ser descubierto por niños es algo inocente. Hay una especie de rito. Hay algo que sucede al inicio. No sé ni cómo surgió. Es de las primeras cosas que aparecieron en la novela. Siempre había unos niños descubriendo. Al principio no era el cadáver de la Bruja, era otro personaje, creo que era Luismi durmiendo la mona en un coche abandonado. Pero quería que empezara con esa imagen de los niños. Fue como una intuición. De esas cosas que tú decides hacer que son calculado y que sientes que es lo correcto.
Si te fijas la novela tiene una especie de simetría. Generalmente en cualquier novela negra o policíaca, si hay un descubrimiento de un cuerpo, sabes que se trata de descubrir quién lo mató, quién es el culpable. En Temporada… las pistas están desde el principio. Tampoco importan mucho. Te dicen cómo fue. Lo que importa es de qué manera el entorno propicia todo esto. Si te fijas, todo el pueblo es quien la mató: la misma dinámica, las fuerzas y los afectos que hay en este pueblo –encarnados en los personajes– son los que ocasionan el asesinato.
Como yo sabía que no era una novela que iba a ir del punto A al punto B, quería que fuera una novela que fuese hacia adentro de los motivos del crimen, profundizando. Si te fijas cada capítulo es una especie de vuelta, de espiral que se va concentrando hasta volver a salir. Finalmente los últimos capítulos son generales. Tenían que existir porque los primeros van entrando y tenía que salir. Pude quedarme adentro.
Fernanda Melchor y su Temporada de Huracanes, primera parte.
ÓA. Esto me emociona porque como lector agradeces que sea transmitido, entras en sintonía. Me da la impresión de que Temporada de Huracanes sí es una espiral, te invade, es un ritmo que te revuelca en una espiral. Daniel Sada lo llega a hacer en algún momento
FM. ¡Claro!, él era una maestrazo. Lo hacía métricamente. No soy gran lectora de Sada, por ahí tengo Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, y alguna vez lo empecé a leer. Leí Una de dos, tengo Albedrío, y quiero empezar con los libros chiquitos. Alguna vez leí un cuento de Sada en una revista Replicante que hablaba de dos familias que vivían en un multifamiliar y de cómo se escuchaba todo. Lo que contaba estaba padre, la manera intrusiva en la que se metía me parecía padrísimo, pero las palabras que usaba para contarlo eran de “wey, a ver, esto está en rima… sí… pero no…”, Sada logra hablarte con un ritmo, sabes que hay algo ahí que está súper medido, como una canción, con una cadencia particular. En Porque parece mentira… está medido el endecasílabo pero en este cuento, no. Y sin embargo la forma de contar, las palabras que eligió, los personajes, me marcaron muchísimo.
No soy la gran lectora de Sada, te lo voy a confesar. Soy más lectora de Rulfo, y es más fácil ser lectora de Rulfo, por la brevedad de su obra es más fácil estudiarla. Tú puedes leer de una sentada Pedro Páramo, y ver las cosas que hizo. Pero Rulfo tiene unos párrafos divinos. Unos párrafos en donde dice la palabra “piedra” y el siguiente dice “piedra” también y no te das cuenta. En cambio, si tú lo estuvieras haciendo dirías “no lo voy a escribir así para que no se repita” y Rulfo lo hace y le queda precioso. Es increíble.
Esta cualidad fenomenológica me encanta. Alguna vez en la maestría leyendo a Jean Mitry, tiene un libro sobre el cine en donde su teoría es que el cine es la mejor de las artes porque pone una subjetividad en movimiento, como la misma realidad en imágenes, tiene una duración y un tiempo, por eso el cine es la mejor de las artes porque logras experimentar la duración de la existencia –se supone–. Y en este caso la literatura sería inferior porque no la estás viendo y además puedes detener el libro y dejar de leerlo. La literatura esculpe al tiempo de manera distinta al cine. Mitry tiene una parte –y supongo que Rulfo y Sada lo lograron y no sé si yo lo he logrado pero lo aspiro– que señala que no es la dimensión nada más de lo que significan las cosas ni la imagen que producen, como en el caso de la poesía cuando hablas del “tigre” como este animal que arde en el bosque de la noche –que esa es una imagen– sino además la cadencia de las palabras deben de tener un significado.
Pienso en Lorca en “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, hay una parte en donde está el torero agonizando y lo meten, la gente está afuera esperando: “la heridas quemaban como soles/a las cinco de la tarde,/y el gentío rompía la ventanas”, la forma en la que se escucha… Lorca tenía esta dimensión, los poetas la tienen en donde no nada más ves la imagen, no nada más la entiendes sino además la sientes, con ese poder de las palabras.

Yo soy más modesta. A mí me gusta más hablar con lo coloquial. A mí me gusta que cuando un personaje piense en su mundo, lo piense en sus palabras, que no piense “y en ese momento sintió que la iba a amar toda su vida”. No. Yo quiero que piense “y en ese momento se enculó” porque el lenguaje popular es sabio y dentro de sus vulgaridades y sus leperadas hay cosas muy padres. Finalmente es nuestro idioma.
En esta novela en particular, sentí que un narrador que pensara demasiado por los personajes iba a ser un narrador que quería estar por encima de ellos. Quería un narrador que pudiera estar entre ellos, que de repente hablara con sus voces. Que al narrador no le diera pena. Muchas veces, en grandes obras literarias, las del siglo XIX, pienso en Balzac, Flaubert, Dostoievsky, Tolstoi, los personajes que son de muy baja extracción hablan como el narrador o el narrador piensa por ellos y dicen cosas que quizá ellos no sentirían. Con esta novela no quería un narrador omnisciente.
A veces me preocupa hablar de personajes marginales porque desde mi lugar como mujer, clasemediera, universitaria, veracruzana, criollona, no me identifico como indígena, me identifico como mestiza, no me identifico como jarocha, mulata. No. Entonces, ¿cómo hablar de estas personas desde tu lugar de enunciación? Tampoco quería un narrador que fuera despectivo o que se burlara de ellos, o moralmente superior.
La novela sí tiene su moral, finalmente con el epígrafe lo que quiero decir es “wey, no hay nada bonito en matar a alguien, por mucho que tú pienses que matar a alguien es un acto heroico para salvar tu vida y liberarte…” porque finalmente es lo que hace Brando, se quiere liberar de su madre, se quiere liberar de las cadenas de la religión y de su propia represión pero mata a alguien y no hay nada bello en ello y es un acto de cobardes finalmente. Nunca hablo a favor de las cosas que suceden en la novela: describo lo que sucede. Si hubiera tenido a un narrador omnisciente hubieses parecido que veía las cosas desde arriba como si yo fuera mejor o como si yo nunca hubiera tenido esas actitudes.
Quería estar entre ellos, empaparme de esas emociones y estar cerca y no engañarme. Siento que cuando uno escribe su segunda novela –y eso ya me lo habían dicho– te entran nervios porque no quieres repetir la primera y al mismo tiempo tienes las mismas obsesiones: están los chavos, me gusta hablar del negarse a la adultez, el limbo que significa la adolescencia. Y la adolescencia a todas las edades: si te fijas está el Munra que tiene 33 años y sigue siendo un chavorruco. Son temas que todavía tengo, que me gustan, sentía que todavía tenía algo que decir. El amor prohibido. Es un tema muy novelesco. Quería alejarme de los lugares comunes, que no fuera el amor de la pobrecita que se enamora del millonario, quería el amor del chavo machín que está secretamente enamorado de su amigo y el efecto dramático que eso tiene. O el amor prohibido de Norma por su padrastro con todos los bemoles y el pedo edípico y la relación con la mamá.
ÓA. ¿La homosexualidad es un tema que te llama la atención? Aparece en Falsa Liebre y aparece aquí.
FM. Nunca me ha interesado hablar de la homosexualidad. Todos somos gay en parte. Todos somos bisexuales para poder sentir afecto por todos, y de alguna manera nuestro desarrollo nos encamina hacia una o varias de las aristas que existen de la sexualidad.
Creo que a veces la homosexualidad es una metáfora de lo prohibido de una sociedad. Si los personajes no vivieran en una sociedad que sanciona lo gay, muy probablemente tendrían otra transgresión. Lo manejo así porque hablo del amor prohibido en general. Si yo tuviera otro escenario, si hubiese escrito una novela de amor en los campos cañeros del siglo XVII seguramente hubiera pensado en el amor entre una hacendada que se enamora de un esclavo negro. El tema del amor prohibido me parece muy padre porque manejas las cosas entre la atracción irresistible y la contención de la moral. Es padrísimo jugar con esas tensiones porque al final de cuentas una novela es eso: una tensión que tiene que resolverse.
ÓA. La primera vez que te entrevisté te habían seleccionado recientemente para estar incluida en la Antología México 20, y ahora El País te menciona en la lista de narradoras consolidadas, ya no pensaría como narradoras emergentes. Más allá de la selección, ¿te da miedo estar incluida?
FM. Es muy raro. En el artículo ni me mencionan. Al final aparecen unos recuadros. Creo que entrevistaron a Claudio López Lamadrid, de Random House en España y yo creo que él dijo que me van a publicar en septiembre allá, creo que lo estaba anunciando. Y no sé si la segunda parte, la de los libros, salió porque dijeron “a ver, tenemos este concepto del Boom latinoamericano que son chicas, a ver qué libro salió”. El primer Boom también fue un pedo comercial. Estos autores ya estaban consolidadones, estaba Fuentes, que no era un jovencito, Vargas Llosa que ya tenía una trayectoria, García Márquez, Donoso… fue un descubrimiento mercantil en España.
Me dan nervios porque siempre es raro salir de tu área de confort. Tengo a mis lectores que son mexicanos, y sé que me hay gente que me ha leído en Estados Unidos o en Centroamérica porque se llevaron Falsa Liebre, porque además mis libros nunca se han vendido en Kindle, sólo Temporada de Huracanes está en electrónico. Escribí este libro pensando en Veracruz, pero no me limité pensando en que no me iban a entender. Un escritor siempre trata de escribir pensando en un público universal: me gusta el lenguaje popular pero no pongo la grabadora sino sería incomprensible hasta para los poblanos… o para los chilangos… entender el caló de Veracruz es algo realmente difícil, pero al mismo tiempo, cuando me empiezan a leer fuera, me da miedo y digo “no me van a entender, no van a entender de qué va la novela o les va a parecer raro o extraño, o hay elementos demasiado locales” ese es siempre el miedo. Y pensar si te va bien allá, qué es lo siguiente que voy a escribir. ¿En qué lector voy a pensar?
Va a salir en España, en Francia, en Italia, Inglaterra, Estados Unidos, Holanda. Qué tal que lo siguiente que escriba no lo quieren, ¿va a ser un fracaso? Pero ya deberían de ser cosas que no deberían importarte. Te vuelves loco. No escribirías jamás nada. Te pasaría como a Rulfo. No puedes pensar en eso. Por ese lado da nervio. Pero por otro, sabes que es una estrategia comercial: ni siquiera es mi libro, si no fuese yo, sería otra.
El hecho de que me traduzcan es lana, y me puedo dedicar a escribir otra novela. No tengo que dedicarme a hacer reseñas, ni dictámenes en chinga para tener pa’ tragar. Puedo darme el lujo de tener otro año para dedicarme a escribir otra novela. Eso aprendí al escribir una segunda novela: tratar de aprender cómo escribes. Necesito tener un chingo de concentración. A lo mejor no me tardé mucho en escribirla pero los meses que la escribí, me aislé por completo de todo, fue muy complicado, incluso a nivel familiar. Me exigió muchísimo.
Falsa Liebre tenía un objetivo muy particular: quería hacer un minuto a minuto, si te fijas es un solo día y acompañamos a los personajes y se van rotando, no lo vemos completamente durante el día, lo vemos en ciertos momentos. El chiste era elegir los momentos claves, y al mismo tiempo quería hablar de lo aburrido y lo monótono y lo descorazonante y desesperante que es vivir en el Veracruz en donde no pasa nada. Puedes pasarte los días fumando mota y cagüameando, viendo a los chavos jugar en el parque porque de verdad es una ciudad inactiva y apática. Sobre todo para esta gente que no tiene chamba ni nada. Quería hacer una novela diferente, no quería ese tipo de narrador. Y sin embargo siempre tienes miedo porque dices cómo le voy a hacer para no escribir Falsa Liebre 2, si me siguen interesando el tema de los chavos, la homosexualidad como trasgresión.
ÓA. El trabajo periodístico que realizaste con Juan Eduardo Flores Mateos, resulta desgarrador, ¿hay un arranque de novela, hay algo que estás trabajando?
FM. Quiero escribir un libro de crónicas sobre este periodo. Estoy revisando Aquí no es Miami, que ya va a salir con Random, sale en enero o febrero, estamos revisando el libro. Estuve a punto de incluir esa crónica en Aquí no es Miami, pero cuando lees el libro queda súper discordante. “¿Qué más le puedes hacer a un muerto si ya lo mataste?” es seis años después de la última crónica. Y seis años después en Veracruz es un chingo de tiempo. “Veracruz se escribe con Z” será la última crónica del libro –tiene un nuevo orden– y se publicó un año antes de los 35 muertos, que aparecieron en la vía pública, en el paso a desnivel. A partir de eso fue otro rollo. Empezaron las balaceras, las desapariciones, los cuerpos mutilados, muchísimo más fuerte. Poner esa crónica y luego dar el salto a esta otra, hay un abismo de “Ok, encontraron 250 fosas” pero no quisiera terminar contando eso. Preferiría empezar otro libro que hable de estos años que faltan, que es algo a lo que Juan se dedicó.
Yo salí en 2012 de Veracruz, Juan está chavo, se quedó y empezó a escribir crónica. Él tiene sus crónicas, de 2011 al 2015… Es otro libro distinto, es otro Veracruz. Es Duarte. Es la decadencia completa, éstas son otras cosas. Esto más bien va de finales de los ’90 en adelante, tratando de entender cómo entraron los Z. De 2011 para adelante es cómo llegaron a la cúspide de su poder y luego cómo fueron expulsados. Y todo tiene que ver con el cambio de gobierno.
Consulta la entrevista original aquí: Entrevista a Fernanda Melchor.