Por: Juan Pedro Salazar
@juaninstantaneo
Se prepara para ascender. Tiene un poco de miedo, pero la curiosidad lo impulsa a seguir. Pone el pie izquierdo en el primer escalón, apoya la mano derecha en el barandal y se impulsa para colocar el otro pie. Comienza a subir y siente que el cielo está a su alcance.
Después de diez escalones en vertical, viene el paso más importante, aquel que lo separará de los demás niños de su familia. Por primera vez subiría al techo. El nerviosismo le asalta los pies, haciéndolo temblar; trata de calmarse, se detiene para sentarse en el borde de la escalera. Entonces, mira hacia el frente, ve la puerta de color azul y las cazuelas de la abuela que adornan una de las paredes. De pronto lo ve, siempre había estado ahí pero, por primera vez, toma consciencia de su existencia.
Un mar de preguntas le asalta la mente, la imaginación le vuela y se convierte en cosquilleo de curiosidad. ¿Podrá ir, sus papás querrán llevarlo? Por un momento olvida su misión; sus pensamientos son invadidos por la imagen del cerro, aquel montón de piedras, tierra y árboles que formaban un mosaico verde.
-¿Qué haces ahí, te vas a caer?- la voz de su madre lo regresó a la realidad.
-No, mamá, no me caigo; es que estoy viendo el cerro- contestó, esbozando la sonrisa que le borraba la mirada triste.
-Sólo ten cuidado, hijo-, sentenció la madre que para ese entonces movía la cortina que protegía la puerta de su casa.
El niño se dispuso a terminar la misión que se había impuesto la tarde en que vio a su papá brincar de un techo a otro. Se levantó y extendió una mano para sostenerse del borde de la azotea. Descendió un escalón para darse la vuelta y terminar de subir.
En el último instante colocó el pie izquierdo en el borde de la escalera, se impulsó. La rodilla derecha tocó tierra prometida y un suspiro de alivio le recorrió el pecho. Lo había conseguido.
Echó un vistazo. Contempló el piso y trató de guardar en sus recuerdos los habitantes del nuevo mundo que descubría. Posó sus ojos en un aparatejo que parecía deshacerse; se acercó para mirarlo de cerca y descubrió que era su primer bicicleta. El asiento estaba a un lado y la llanta tenía el color café que anticipa el fin de los metales.
Siguió su andar y supo que debajo de sus pies estaba el cuarto de sus abuelos, el domo que miraba y se aprestaba a tocar se lo confirmaba. El temblor se volvió apropiar de su cuerpo cuando recordó la habitación oscura de los santos dolorosos.
Caminó más rápido y posó los ojos en el horizonte, la imagen lo conmovió, sabía que no volvería a ser el mismo. A lo lejos, con su vestido blanco y su aire de eternidad, los volcanes lo saludaban.