Después de siete días en los que las llamas del alcohol desvanecen mis sentidos, nuevamente pienso en ti. La habitación vacía, sucia y manchada de sangre por los vidrios de una botella de Tradicional que me cortó y que murió en la primera noche, cuando la cartera estaba repleta de dinero.
La tristeza me invade por la soledad. Un llanto tuyo o un pañal sucio que desearía cambiarte. La locura de analizar cómo un foco prende al tocar un botón, pensar que tal vez se trate de nuestro Dios o la alegría provocada por un chicle de a peso en la rejilla de la máquina de dulces. En la farmacia de la esquina, recuerdo cuando hablabas por teléfono, caminando por todo el pasillo como si se tratara de un ejecutivo.
Imagino tu manera peculiar de mirar el mundo, y me da los huevos necesarios para levantarme a trabajar y, por muy cansado que esté, tu risa me da la energía para no rendirme.
Las cosas marchan un poco mal. El negocio tiene una deuda muy elevada con los pagos de la luz, sigo sin ganar en las apuestas, tu madre me exige más dinero. La pinche clase de francés me ahoga, sin embargo también hay cosas lindas; tus tíos te compraron un brincolín con la esperanza de verte volar por el aire. Tus abuelos no dejan de imaginar que estás aquí cuando, sin querer, tropiezan con tu peluche de Peppa o con tu perrito-andadera. Yo tengo un dinero ahorrado para comprarte tu ansiado triciclo, lamentablemente sigo bebiendo, fingiendo que es por otras cosas, pero la verdad cuando el sueño me tumba sólo pienso en ti.
Mis ojos se dan cuenta de la mala vida que llevo, no me alcanzará para un día verte obtener un logro: aprender a leer, meter un gol, conocer a tu primer amor. Suelto por el momento estos tragos. Aseo mi cuarto, donde tú solías dormir, y entre docenas de latas de cerveza, encuentro el dragón de tus últimos Reyes Magos, ese que ni siquiera podías cargar porque era muy grande y pesado para ti; pero el muñeco te ayudaba a abrir la puerta y escapar a la libertad del pasillo, donde te emocionaba entrar al baño y jugar a lavarte los dientes con tu cepillo de Monsters inc.
El dragón lleva más de cuarenta días queriendo ser otra vez esa indomable bestia, capaz de asustar a toda la familia. La televisión sigue grabando los episodios de Peppa y Caillou, ansiosa de que le des reproducir, acompañado de unos pepinos con chile piquín o unas mandarinas, de las que solías beber el jugo, y después sacar de tu boca la chiclosa cáscara para obligarme a que yo me la comiera.
Extraño ir contigo al estadio y escucharte gritar con pasión los saques de portería cuando los confundías con el gol; verte tomar el agua mineral que tanto te gusta; compartir la misma butaca mientras tú me platicabas algo de lo que no podía responder porque ni siquiera entiendo tu lenguaje; pedir con el vendedor una bolsa de Sabritas y a cambio recibir un beso en la mejilla, aunque después no quisieras compartirme ni una papa.
Mientras espero tu llegada, trataré de cambiar esta semana terrible. El mes que llevaba saliendo a correr un poco, además de alimentarme sanamente se fue a la basura con siete días de vino y comida totalmente repugnante. Discúlpame.
Por el momento, no les veo ningún sentido a los Danoninos, las gelatinas Dany, las sopas Campells de Disney, los huevos Kínder y los Yakults. No existe esa chispa de ver tu carita llena de comida. Tendré que ser paciente, estaré viendo el reloj ansioso de tu regreso. Iremos al zoológico, te compraré un helado y un globo.
Te extraño, mi niño hermoso, y como decía ese cantante que tanto escucho “aunque yo tome otro rumbo, yo te lo quiero decir, que te amaré hasta más allá del fin del mundo”.
Me encantó tu narración, la manera en la que describes el mundo de felicidad de un niño. No se si estas narrando algo de tu vida personal (que parece que si) pero se muestra mucho el amor y el cariño del narrador hacia el niño. Me recordó mucho a mi hijo.