Hace unas semanas un amigo me preguntó: “¿ya te decepcionaste de AMLO?”. Le respondí: “no”, porque
como al igual que otras 30 millones de personas, yo también voté por Andrés Manuel López Obrador y lo hice por una docena de razones.
La primera, porque considero que este país necesita reiniciar en prácticamente todos sus aspectos: educativo, social, político y económico. En segundo lugar, porque tanto PRI como PAN hicieron grave daño a la sociedad a través de políticas económicas que provocaron una enorme concentración de la riqueza en un puñado de familias. Tercero, porque a través de mi voto fue la mejor manera de mostrarle a esos grupos que ni yo, ni muchos de nosotros, estamos conformes con la abrumadora desigualdad y la nula posibilidad de acceder a un futuro con certidumbre. Especialmente porque a las nuevas generaciones nos fue vedada la opción de tener un mejor lugar dónde vivir.
Por éstas y muchas otras situaciones voté por López Obrador, aun sabiendo que ni Dios mismo puede cambiar esta realidad polarizada, clasista y racista en un abrir y cerrar de ojos, pues, a veces, parece necesitar de un cataclismo para transformarse. Y si ninguna divinidad podría hacer tal milagro, mucho menos lo haría un solo político, especialmente porque este país nació con muchos complejos que con 500 años de historia se han ido agravando en su mayoría. El mestizaje puede ser tan luminoso como negativo.
Sin embargo, no por haberle dado mi voto significa que voy a aplaudir, cual foca cirquera, todos los desaciertos y descalabros de AMLO. No soy el único que lo piensa, hay muchos que concurrimos en ese punto y uno de ellos es Víctor Trujillo, el comunicador que encarna al payaso Brozo y que ha sido muy claro al respecto, no por nada se convirtió en trending topic durante varios días.
¿La razón? Señalar a los paleros del AMLO que se paran temprano para lamer sus zapatos y hacerle comentarios serviles sin importarles la vergüenza a nivel nacional ni el trolleo en redes sociales, el punto es quedar bien con el poder, al mero estilo de comunicadores exiliados en el pasado y enterrados en la historia. Quizá por eso lo hacen, por no haber leído sobre la cercanía que hubo —incluso todavía hace poco— entre periodistas y el poder político.
Y sí. Muchos quedamos contentos tras la elección del primero de julio del 2018 pero no por ello debemos dejar de señalar todos los ciudadanos lo que se hace mal desde el gobierno, particularmente quienes nos dedicamos al periodismo. Jamás debemos olvidar ni evitar decir que éste ha sido el arranque de sexenio más sangriento y que sólo en los primeros tres meses de este año se contaron 8 mil 493 personas asesinadas, o que pese a las promesas de ser transparente y honesto, en estos meses se han asignado casi el 80 por ciento de los contratos por asignación directa y sin licitación.
Tampoco debemos ocultar que, si bien el país está peor de lo que imaginamos a causa del abandono social respaldado por todos los presidentes anteriores, este gobierno no tiene ni idea de cómo mejorar el panorama. Las imprecisiones y ocurrencias de AMLO obligan a su gobierno a corregir la plana en el trascurso del día, ya que López Obrador ha asumido que dar conferencias mañaneras es la mejor manera de comunicarse aun sin tener toda la información; conferencias que más que ayudar, entorpecen el flujo comunicativo de todo el aparato gubernamental y provocan nerviosismo, inestabilidad y poca credibilidad entre una ya de por sí timorata inversión privada.
Sí, es necesario ser justos con las acciones emprendidas desde su gobierno y que sean positivas para el país. Se agradece la austeridad y los apoyos otorgados a sectores abandonados por décadas, pero que eso no sea motivo suficiente para dejar de decirle al tabasqueño: “eso que usted está diciendo y haciendo no es lo correcto”.
Que los bots y los paleros no eviten que señalemos cuando algo marche mal, pese al linchamiento “ciberméndigo” orquestado por figurillas de lodo cuyo objetivo primordial es ser visibles, aunque sea por un efímero milisegundo, ante los ojos del gobernante en turno. Entiendo lo difícil que significa resistir una andanada de descalificaciones, críticas sin sustento y comentarios hirientes, pero si nos callamos, seremos tan cómplices del poder como quienes lo defienden a capa y espada, pues es tan culpable quien mató a la vaca como el que agarró la pata.