Por: Jorge Jaramillo Villarruel
El cine de vampiros suele ser decepcionante, la figura de este monstruo ha pasado de ser un diabólico señor de la noche a un adolescente ridículo y mimado. En los últimos quince o veinte años, no han salido muchas películas de vampiros memorables, ya no hay vampiros entrañables. ¿Dónde está el nuevo Nosferatu, el nuevo Drácula? Al parecer, a muy pocos les interesa rescatar a esta figura oscura y contar una historia original.
Entre las excepciones, que sí las hay, aunque contadísimas, podemos recordar la cinta sueca ‘Déjame entrar’ (2008, Tomas Alfredson), que mostró un lado distinto del vampiro, desde la mirada de los niños, retratándolo como un ser sanguinario, pero racional, capaz de mostrar interés en otros seres.
En 2007, David Steele nos trajo ’30 días de noche’ (basada en el cómic de Steve Niles), que mostró a los vampiros como seres sanguinarios, racionales pero malvados. Su poder radicaba en dos cosas: Los números y la noche polar, que duraría todo un mes. Sin embargo, la mala dirección, un guión ridículo y una terrible fotografía (y dirección de arte, en general), hacen de esta cinta, que apuntaba para mucho más, una completa perdedora.
En general, el resto del cine de vampiros se divide entre comedias románticas con chupasangre (Crepúsculo) y películas de acción con monstruos (Underworld, Blade), que si bien cumplen con el objetivo básico de divertir, no tienen una gran aportación estética.
El año pasado, para placer de muchos, apareció la cinta A girl walks home alone at night (no hay planes para su estreno en salas de México), escrita y dirigida por Ana Lily Amirpour, producida en Estados Unidos, y hablada en persa. Se trata tanto de un romance de tintes punk como de un drama suburbano en una pequeña comunidad.
Filmada en blanco y negro, A girl walks home alone at night es un retrato de la soledad y la alienación. El vampiro no es tampoco aquí el monstruo terrible del pasado, pero tampoco, para nuestra buena suerte, es el típico ser atormentado que busca la redención a través de actos humanitarios. En el pequeño universo creado por Ana Lily Amirpour, la criatura no justifica su existencia y la película no desperdicia minutos explicando su naturaleza, sencillamente somos testigos de su hacer y sus interacciones con los seres humanos que conoce a su paso.
Ignorar de dónde viene o cuáles son sus motivaciones, añade un elemento de misterio, pero no sólo hay misterio en el vampiro, también desconocemos el pasado del resto de los personajes. El filme es así un atisbo a las tal vez insignificantes vidas de un puñado de seres tristes y abandonados, que poco o nada se preguntan sobre esa vida que les ha tocado vivir, limitándose a vivirla como quieren o, para ser más exactos, como pueden.
En un mundo de drogas y violencia, un vampiro no parece una figura muy aterradora. La apuesta de Amirpour no radica en generar terror en el espectador, sino empatía, incluso compasión, y lo consigue señalando la insoportable incertidumbre que existe cuando dos personas quieren acercarse pero no saben cómo hacerlo. Es también una mirada diferente al cine de horror, al que tanta falta le hace una renovación.