La belleza de Remedios y el amor de Mauricio Babilonia

Lo confieso, me hubiera gustado ser Remedios, la bella. Claro, el personaje de García Márquez en Cien años de soledad, pero también esa mujer, seguramente hermosa de la realidad que le inspiró a crear a la bisnieta de Úrsula, una mujer capaz de matar con su desdén a los hombres y que, además, tuvo la bendición de jamás ser atacada por ese patógeno llamado amor.

Remedios fue una suerte de leyenda, una mujer que llegó a este mundo por equivocación, según Gabo. ¿A quién no le habría gustado tener esa exótica belleza?

Mi mejor amiga no fue la excepción y cuando íbamos en la prepa, casi al terminar de de leer el libro, llegó al extremo de querer raparse para comprobar, o hacerse a la idea, de que el mito de la belleza de Remedios no era insuperable y ella también se volvería aún más hermosa sin su cabellera. Ella no pretendía hacer pelucas para los santos, sino para los niños con cáncer del hospital en el que trabaja su mamá. Por supuesto que Víctor, su novio en ese entonces, y yo no la dejamos. Ella juró que su decisión no tenía nada que ver con el libro, sino a un acto de caridad que había nacido desde el fondo de su alma, pero todos supimos que eso era mentira.

Por mi parte, también tuve un episodio carente de cordura y lucidez: lo viví en Macondo. A pesar de desear la belleza de Remedios, viví un amor como el de Meme. Tenía a mi Mauricio Babilonia, aprendiz de mecánico y al que conocí por una de esas casualidades insólitas en la vida. Era mi primer amor, además, un amor enloquecido, como los que uno se encuentra a los 16. Quizás no aparecían las mariposas amarillas cuando él llegaba, pero yo lo asocié con las famosas mariposas en el estómago que uno siente cuando se enamora.

A muchos podrá gustarles o no la literatura de García Márquez, lo cierto es que efectivamente, sus obras tienen algo, o mucho, de magia, según se quiera ver. Lugares comunes o no, es capaz de llevarnos a Macondo, pero sobre todo, a una intemporalidad en la cual había que darle nombre a las cosas y ponerles etiquetas para no olvidarlos, a vivir una peste de insomnio, a presenciar una lluvia que duró cuatro años, once meses y dos días, a tener un amor como el de Meme. A querer ser Remedios, la bella, para ser así, “indiferente a la malicia y a la suspicacia, feliz en un mundo propio de realidades simples”.

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