Caminábamos esa tarde
y en mí entró
el anhelo impetuoso
de poseer
cerca de mí
un instante
el néctar de tu ser.
Agua vertida,
Agua bendita
de tus labios
recorriendo con premura
su contorno
en estrecha pugna con los míos.
Detenida
te veo
y anhelo
la carnosidad de tus labios
presos en esa cárcel de buganvilias
opuesta sentencia de tu seriedad
que me abruma y opaca
te conviertes
en la oscuridad
de mi mente.
Simplemente tú
eres la eternidad que recurre mis pensamientos
al hablarme de mi amor
cuando realmente
hablas de ti
sin darte cuenta
cada que te miro
quiero ensayarte con mis dedos
y recordar ese color púrpura tuyo
con la inmensidad de lo que me convierto
frente a ti.