Me alejo cada vez más de mi infancia, camino sobre el viento a paso tendido, a contra polvo. En el agujero que dejó mi madre me resguardo, los caminos de soledad están llenos de huizaches. He caminado descalzo desde su ausencia, le desgranaron sus pestañas, que soplo como dientes de león.
Me dejaron sin madre, me desmadraron, cuando apenas era maíz tierno.
Toqué fondo, de mi mar y de la herida,
cada año me pregunto: ¿cuántos daños tengo? Si un día sin ella es tierra árida, una vida, ¿qué es una vida entonces?
Quisiera volver a verla, que me ayudara a hacer mis tareas de adulto, ahora le temo a la oscuridad y no está ella para dormirse conmigo, quisiera volver a ser su niño.
Me quedé con respuestas sin preguntas, con abrazos huérfanos, con poesía seca. Cuando contaba qué fue de ella, llovían alfileres en mi lengua. Su silencio vive en mi grito y su grito se quedó en mi cosecha, soy lo que sigue de su vida, pero el maizal no sabe estar sin su riego.
¿En qué tiempo que no sea pasado se recupera a una madre, en qué tiempo que no sea un futuro sin ella? La perdí, y en un abrir y cerrar de ojos, cerró los ojos para siempre.
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