Nadie imaginaba el desastre que se avecinaba. Pocos creían lo que sus ojos verían cuando el silbatazo del árbitro, Marco Antonio Rodríguez, señaló el final del partido. Los menos pensaban ver a ese equipo humillado y llorando por el trago amargo que le hacían pasar a su afición. Una marca más, tal vez la segunda más dolorosa en su rica historia futbolística. El Maracanazo tenía otra versión, pero, ahora, en el Mineirao.
El martes más negro en la historia del futbol de Brasil, se gestó un 8 de junio de 2014. Era su mundial, la cita que tanto esperaban para enmendar una vieja deuda, aquella que los alejó de obtener la copa en casa. El verdugo no era Uruguay. Ahora se llamaba Alemania, equipo que osó destrozar a los creadores del jogo bonito y, de paso, arrancar una marca que llevaba los colores verdeamarela: máximo goleador en copas del mundo.
Las semifinales de la Copa del Mundo Brasil 2014, presentaban al local frente al conjunto teutón. El partido se esperaba cerrado y con la localía como onza para decantar la balanza. Sin embargo, el primer golpe sería alemán. En un tiro de esquina, Müller aparecería sin marca y remataría de pierna derecha. La estirada del arquero Julio César sería inútil, el balón besaría, por primera vez, la red.
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A Brasil le faltaba su ángel, el mariscal capaz de cambiar los destinos del partido en una jugada. Neymar se perdía la semifinal tras la lesión en la espalda que sufrió en los últimos minutos de los cuartos de final frente a Colombia. Sin el mago del equipo, Luis Felipe Scolari diseñó un cuadro para luchar por cada balón, defenderse de los ataques alemanes y buscar, en latigazos, sepultar al rival.
Pero hacía tiempo (y partidos) que el jogo bonito había muerto. La afición brasileña reclamaba la situación, pero Scolari sabía que todo cambiaría si el título se conseguía. Mas Klose sepultaría ese sueño.
El reloj brasileño marcaba las 17:23 cuando Müller ingresó al área y cedió de tacón a la llegada de Klose; el 11 alemán disparó, pero Julio César evitó la caída de su marco, sin embargo el rebote cayó en los pies del matador teutón, quien entendió que la cita con la historia había llegado. Remató. Gol. El segundo, el del récord goleador en mundial, el gol que sepultaba la esperanza brasileña.
Bastaron seis minutos para materializar el horror brasileño. En ese tiempo, Alemania asestó cuatro goles que provocaron lágrimas en la torcida brasileña, expresiones de frustración en Fred y Oscar, y una nueva marca en el orgullo del pentacampeón. Aquellos seis minutos bastaron para que Klose, Kroos -en dos ocasiones-, y Khedira, dieran nacimiento al nuevo Maracanazo.
El primer tiempo concluyó con un 5-0 que recordaba que ese Brasil, el de su mundial, era el menos Brasil de la historia. Humillados, miedosos, temblorosos y con deseos de huir del campo, los jugadores del scratch se marcharon a los vestidores.
¿Qué podría decir Scolari? ¿Cómo levantar el ánimo de un equipo que parecía muerto? ¿Habría una épica remontada? ¿Cómo decirles que por orgullo debían salir y buscar una respuesta aunque ésta fuera mínima? ¿Dónde habían dejado la historia y magia del Brasil de Pelé, Garrincha, Zico, Rivaldo, Cafú, Ronaldo, Ronaldhino o Kaká?
Tras los dos goles de Shürle, el marcador parecía un alucine; o tal vez era el resultado del sueño más perverso del peor enemigo brasileño. Quizá la cachetada del futbol al equipo que traicionó su estilo de juego en pos de un resultado.
El 0-7 era difícil de explicar. Nadie lo entendía, ni alemanes ni brasileños. Por eso, un señor con la camiseta brasileña se aferraba a los recuerdos de otras copas conquistadas, mientras su nieta perdía la mirada en el horizonte y un incrédulo alemán miraba el resultado en el campo.
A minutos del final, Oscar marcó aquel tanto que los antiguos llamaban de la honra. De nada sirvió. El orgullo, historia y futuro brasileño debían cargas con otra cicatriz. Nada ni nadie podría salvarlos, ni siquiera la magia que alguna vez poseyeron en los botines.
El futbol es capaz de dar o quitar todo en 90 minutos. Brasil fue testigo de esa máxima hace dos años, cuando aquella goliza dejó huellas en el corazón de la torcida. Hoy esperan que la afrenta dé nacimiento al nuevo Pelé (como en el maracanazo), el nuevo gladiador que le haya prometido a su abuelo vengar la afrenta del 1-7 contra Alemania.