Aquel que era el mejor jugador de Uruguay y del mundo, mientras dormía, ha partido. Esta mañana, Eduardo Galeno escuchó el pitazo que anunciaba el final de su juego. Se va. Entre aplausos lo despide la hinchada, la misma que tantas veces coreó su nombre y alabó la magia que poseía en las manos, en la palabra, en la fuerza de la argumentación, la claridad para pensar y en su compromiso con los de abajo.
Nacido en Montevideo, capital de Uruguay, desde pequeño respiró el deporte que se convertiría en una de sus mayores pasiones: el futbol. Como gran parte de los niños, Galeano quiso ser futbolista y detonar el grito que tanto enloquece a los aficionados: gol. Sin embargo, el romance entre balón y jugador no se dio: “la pelota y yo nunca pudimos entendernos, fue un caso de amor no correspondido”.
Uruguay y el mundo perdieron un mediocampista de garra, pero ganaron un escritor capaz de reflexionar sobre las injusticias e invisibilidades de aquellos que parecen destinados al olvido. Afín a las causas de los más desprotegidos, Galeano reflexionó por y para los jóvenes, los pueblos originarios y el (universo) latinoamericano. Sus palabras eran como un pase que buscaba generar peligro de gol en la portería de quienes piensan que todo está dicho.
Desde Obrero, dibujante, mensajero, hasta cajero de banco, mecanógrafo y periodista, Galeano vio cómo el tiempo lo alejaba de las canchas que de niño tanto disfrutaba, para llevarlo por senderos que formaron su visión.
Entonces llegarían las 90 noches que moldearon su primera jugada maestra: “Las venas abiertas de América Latina” (1971), el ensayo que hoy es visto como vital para comprender las relaciones que dicha parte continental tiene con Estados Unidos y con Europa. Tras ella, llegarían “La canción de nosotros” (1975); Días y noches de amor y guerra” (1978); “El libro de los abrazos” (1989); “Patas arriba, la escuela del mundo al revés” (1988); “El futbol a Sol y sombra” (1995); “Espejos” (2008); “Los hijos de los días” (2012), entre otros.
Encarcelado y condenado al exilio por la dictadura uruguaya, se refugió en Argentina, país del que también huyó por estar en la lista de buscados. España lo acogió hasta 1985, año en el cual regresó a su país.
Apasionado del futbol, desde pequeño poseía una de esas virtudes extraviadas en el balompié actual: el reconocimiento al contrario: “cuando los rivales hacían una linda jugada, yo iba y los felicitaba, lo cual es un pecado imperdonable para las reglas del futbol moderno”.
Eduardo se fue, queda su recuerdo, su compromiso, sus textos y palabras capaces de cimbrar las consciencias de aquellos dispuestos a cambiar lo que algunos piensan ya está escrito.