Era el mediodía del 12 de octubre de 1968 cuando Enrique Basilio apareció por uno de los túneles del Estadio Olímpico Universitario. En su mano derecha llevaba la antorcha que minutos después daría inicio a los Juegos Olímpicos de México.
Sus pasos representaban un hito en la historia de los juegos. Hasta antes de ella, ninguna mujer había sido la encargada de encender el Pebetero olímpico.
Mientras los gritos de efusivos le daban la bienvenida, Basilio recorría cada uno de los 93 escalones que la separaban de su objetivo final: encender la llama olímpica.
Llegó. Tendió la mano y el fuego se hizo.
Las llamas dieron paso al recorrido de cientos de palomas que buscaban alentar la paz en un país que todavía se preguntaba qué había pasado 10 días antes, cuando cientos o miles de estudiantes murieron o fueron encarcelados por el Ejército mexicano.
Para Basilio no sólo representó el orgullo de ser la primera mujer en encender la llama olímpica, también era una reinvindicación del despertar femenino en un país que hace poco, 13 años, les había reconocido su derecho a participar en las elecciones.
La época de los sesenta fue convulsa para el mundo. En medio de la Guerra Fría y el desarrollo de varios conflictos en el orbe, se dio el despertar de una juventud que exigía mayor participación en la vida social y paz.
Esas semillas arribaron a México y se encarnaron en un movimiento que exigía democracia a un Gobierno sordo. Las protestas terminaron el fatídico 2 de octubre, cuando un ataque en la Plaza de las Tres Culturas acabó con la vida de cientos o miles de jóvenes.
En medio del luto, el país se preparaba para recibir sus primeros Juegos Olímpicos. La cita llegó. Y el 12 de octubre, Enriqueta Basilio se convirtió en la luz en medio de la sordera política.
#TalDiaComoHoy hace 5⃣0⃣ años fue la #CeremoniaDeApertura de los #JuegosOlimpicos de #Mexico1968, los primeros que se realizaron en América Latina 😀. #Mexico 🇲🇽 @COM_Mexico pic.twitter.com/fsCqXW1BnJ
— Los Juegos Olímpicos (@juegosolimpicos) 12 de octubre de 2018