Liverpool no caminó solo. Lo empujó la gente de Anfield, el deseo de Mohamed Salah, la sapiencia de Jurgën Kloop y el miedo del Barcelona. Y así, los once “reds” salieron a comerse al rival, a evaporar la ventaja que parecía irrebatible y a mostrar que para los del puerto londinense no hay imposibles.
El partido de vuelta de las semifinales de Champions League no pudo iniciar mejor para el cuadro local. Presión desde el primer minuto y línea del campo. Velocidad en el desdoble. Y efectividad en la primera jugada de peligro.
Barcelona pagó caro el planteamiento inicial. Prescindió de Arthur por la fuerza de Arturo Vidal y repitió a Sergi Roberto en la banda, pese a los resultados negativos del primer partido. Ernesto Valverde apostó a guarecerse y apostar a la magia de Lionel Messi. No le salió.
Era el minuto 6’ cuando Jordi Alba regresó de manera errónea una pelota. Sadio Mané aprovechó la falla. Tocó la el esférico al arribo de Jordan Henderson, quien disparó sobre el área penal. Marc André Ter Stegen respondió, pero el rebote le quedó a Divock Origi, que sólo tuvo que empujar el balón hacia un desguarecido marco.
El Liverpool ganaba en medio de la euforia de Anfield, el descontento de Valverde y la cara de sorpresa de la zona defensiva del Barcelona.
Origi marcaba su primer gol en la Champions, aquel que hacía soñar a la grada con la remontada.
Después el partido se volvió rojo. Liverpool se adueñó de la pelota y presionó en todos lo sectores del campo. La figura de Ter Stegen se engrandeció al evitar la caída de su arco en al menos tres ocasiones.
Golpeados, Barcelona intentó responder de manera rápida, una triangulación entre Vidal, Alba y Messi terminó en un disparo que Allison Becker mandó al tiro de esquina. Al 25’, Coutinho quedó frente al arco, pero su disparo pasó a un lado de la portería.
Los reds volvieron a acelerar el ritmo en medio del apoyo de su grada. Henderson estuvo cerca de marcar el segundo, pero Ter Stegen evitó la tragedia. Era el minuto 26.
El primer tiempo concluyó con una jugada más de peligro para los blaugranas. Un contragolpe dejó solo a Alba frente a Allison, pero su intento de vaselina terminó en las manos del meta brasileño. Barcelona volvía a perdonar.
Para el conjunto catalán, la segunda mitad inició con una jugada peligrosa en su área grande. Virgil Van Dijk remató a placer en el área chica, pero el contacto del defensor holandés fue deficiente y Ter Stegen pudo sofocar el peligro. Era la última llamada antes del desastre.
En el 2005, al Liverpool le bastaron seis minutos para empatar la final en Estambúl ante el Milan. En dicho lapso de tiempo, Steven Gerard, Vladimir Smicer y Xabi Alonso se convirtieron en los héroes de los reds.
Catorce años después, al Liverpool le bastaron dos minutos para empatar en el global una eliminatoria que se veía a cuestas.
Era el 53’, cuando Xherdan Shaqiri sacó una diagonal que encontró los pies de Georginio Wijnaldum. El mediocampista disparó, la pelota rebotó en Lenglet, venció a Ter Stegen y decretó el segundo tanto para el cuadro local.
La excitación inundó las gradas de Anfield. El apoyo era ensordecedor, acaso el combustible que Liverpool necesitaba para terminar su obra.
Dos minutos después, Wijnaldum saltó en el área para vencer a Ter Stegen, ante la complaciente marca de Piqué y Alba. Anfield no lo creía. La remontada se materializaba.
Barcelona acusó el golpe. Se volvió el equipo taciturno de Roma y careció de reacción que le permitiera plantar cara a la velocidad, sangre y efectividad del Liverpool.
Cuando el partido apuntaba al tiempo extra, Alexander Arnold mostró la viveza de la juventud. Tiro de esquina. Barcelona se acomodaba en zona defensiva cuando el lateral tocó la pelota. La impávida zona baja culé reaccionó tarde, Origi empujaba el esférico al fondo del arco para delirio de sus seguidores.
Liverpool ya ganaba y con su cuarto gol se colocaba a minutos de disputar su segunda final de Champions League consecutiva.
Barcelona naufragó ante la traición a un estilo de juego que lo consolidó como el mejor equipo del mundo. Valverde reaccionó tarde y Messi no pudo levantar al gigante que yacía en el suelo, derrotado y con los fantasmas de otra eliminación rondándole por la cabeza.
El pitazo del árbitro terminó por desatar la locura de un Anfield que nunca abandonó a su equipo, que lo sostuvo en los momentos más difíciles y lo llevó a una final más de Champions League. Kloop tenía razón: el campo del Liverpool es una catedral del futbol.