Por Omar Martínez
22 de diciembre de 2013
Era una fría mañana, la más fría en lo que iba del mes, y la familia Rodríguez* comenzó con los preparativos para recibir al resto de los hermanos, con sus respectivas familias, quienes irían a celebrar la Noche buena y, posteriormente, la Navidad en la casa de la “abuela”, como ya era tradición.
Las compras comenzaron con anticipación, como era de esperarse, en esta familia, la división de tareas se llevó a cabo: una de las cuatro que habitan la casa de “abuela” se encargó de comprar la carne y todos sus condimentos, otra las bebidas que servirían para pasar el bocado, mientras la tercera de ellas se encargaría del postre y la cuarta del alquiler de mesas y sillas.
Ese fue el plan inicial hasta que el teléfono de Joel sonó: “hola, buenos días”, dijo. Después de esas palabras sólo escucho atentamente, su semblante cambió, poco a poco sus ojos se inundaron de lágrimas, no pudo contener más el llanto: “¡no chingues, no puede ser! ¡Mi carnal!” gritó desesperadamente. El grito llamó la atención del resto de la familia.
“¿Qué pasa?” “¿Todo bien?” “¿Ahora qué?” fueron las preguntas más concurridas pero Joel no podía hablar, su lengua no conectaba con el cerebro, decía palabras sin sentido. Estaba en shock. Su esposa intentó tranquilizarlo. Minutos después, la cordura regresó a él y comenzó a contar lo que le dijeron por teléfono.
–Me llamó Dulce, la esposa de Felipe – comenzó – me dijo que Felipe no aparece desde ayer, se quedó de ver con unos amigos ayer por la mañana y en la noche le llamaron para decirle que lo tenían secuestrado y que quieren cinco millones para dejarlo o que si no lo van a matar”. El llanto no sólo a él lo inundaba, también a toda la familia. – ¿De dónde quieren que saquemos ese dinero? – dijo Esther, quien caminaba de un lado a otro.
El tiempo transcurría de manera diferente, todo se hacía más lento, la tensión estaba en el aire. A pesar que de la casa “de la abuela” a la de Felipe no es más de media hora, el camino se hizo eterno. La llegada, desgarradora.
– Mi papá no ha llegado – decía la hija menor sin saber lo que en realidad pasaba. La esposa, con la mirada perdida, alimentaba a su bebé de apenas un mes; mientras el hijo mayor se caía a pedazos al ver llegar a sus tíos.
– ¡Hijos de su puta madre!, – repetía Rogelio – ¿por qué a mí papá? – continuaba hasta que de manera repentina sonó el teléfono. Todos guardaron silencio para que Rogelio contestara sin contratiempos. – Bueno – dijo con voz temblorosa. Posteriormente guardó silencio. El muchacho colgó.
– Siguen aferrados con que quieren los cinco millones o si no lo mataran – sentencio el hijo de Felipe.
23 de diciembre de 2013
La noche fue larga, el cansancio era mayor, nadie durmió. Los temas de conversación poco a poco comenzaron a terminarse pero no las lágrimas que ya tenían un camino marcado en las mejillas de los familiares de Felipe. “¡Ya no volveré a ver a mi jefe!” se repetía Rogelio mientras Joel intentaba darle ánimos.
La tarde llegó y la tensión aumentó otra vez, todos tenían la esperanza de recibir buenas noticias: – Quieren tres millones – dijo resignado el hijo – pero aún así no los tenemos –.
Entrada la noche, las llamadas se hicieron más constantes y con ello la tortura psicológica para la familia y la física para Felipe.
–¡Hermano, por favor ayúdame! – Decía Felipe – ¡Ya me cortaron un dedo! Dales lo que piden, por favor – fueron las palabras que salieron del altavoz y que perforaban en la mente de quienes las escuchaban.
–Hermano, sabes que si tuviéramos el dinero que piden se los damos, pero no es así – Joel respondió – No olvides que te amamos.
Joel colgó y terminó la tortura que sufría la familia. Una difícil decisión.
24 de diciembre de 2013
Mientras otras personas se alistaban para la cena de Noche buena, la familia Rodríguez comenzaba la búsqueda del cuerpo de Felipe, ya lo daban por muerto. Durante seis horas recorrieron por tres municipios aledaños a su vivienda hasta que Dulce preguntó en el Ministerio Público de Naucalpan. El cuerpo de su marido se encontraba ahí: mutilado.
Tras los trámites correspondientes, el cuerpo llegó a la que fue su casa, en esta ocasión fungía como velatorio. Mientras en otros hogares se esperaban invitados a la cena navideña, los Rodríguez aguardaban a quienes los acompañarían en el velorio.
Mientras en otros lugares brindaban con sidra, los Rodríguez tomaban café. Mientras en casa de los vecinos lloraban de risa, las lágrimas de los Rodríguez eran de tristeza al ver a un ser querido dentro del ataúd.
25 de diciembre – Navidad
A Felipe le gustaba ver a su familia unida, así fue en su entierro, todos estuvieron presentes para decirle lo importante que fue y la huella que dejó en cada uno de ellos. Era el último adiós para unos, mientras otros lo veían como un “hasta pronto”.
Diciembre 2014
A un año de la pérdida de los Rodríguez, ellos tratan de conservar sus tradiciones, como cada año, a pesar del incidente que marcó sus vidas y no los dejó recibir 2014 como hubieran deseado hacerlo. Nada es igual.
*Los nombres de los integrantes y el apellido de la familia ha sido cambiado a petición de la misma por motivos de seguridad.