Por: Aldo Rafael Gutiérrez
@aldorafaello
Estaba realmente nervioso por mi primer encuentro. Jamás había cruzado palabra con una mujer como ella, “300 pesos” y se subió al auto.
Las piernas me temblaban y me sentía muy raro. Como cuando, en mi época de secundaria, besé por primera vez.
Seguimos hasta un Oxxo donde le invité una coca. Le hablé de mis intensiones periodísticas y sobre la inquietud que me provocaba hablarle. Ella sonrió y me dijo que no me preocupara. Empezamos la charla.
Desde Tijuana, Nikki empezó su aventura en la prostitución, en un table dance.
—Tenía 18 años cuando mi padrote me llevó para allá. Salí de casa y me fui a un lugar completamente diferente a trabajarle por tres años a Jorge, hasta que me aburrí de que me quitara cada centavo— decía la ahora madre de dos niños.
—En este negocio te encuentras de todo. Desde gordos que huelen feo hasta los que sólo vienen conmigo a platicar y contarme su vida. No sé por qué lo hacen. Parece me vieran como un padre de una iglesia o algo así— comentaba sin soltar la bolsa roja donde guardaba el otro cambio de ropa.
Más por “suerte”, como ella diría, que por casualidad, su aspecto no es el lugar común de una prostituta. Sus lentes sin aumento, su cabello lacio y teñido de güero o su pantalón muy poco entallado no hacen la diferencia. Lo que realmente llama la atención de ella es que no tiene esa expresión deformada por los rutinarios encuentros que viven las empleadas del oficio más viejo del mundo. Su rostro atractivo haría que la confundiera con cualquier persona excepto con una sexoservidora. Quizá con una demostradora de tienda de autoservicio.
—Ya me lo han dicho mis compañeras, pero no sé cómo le hago. Igual es porque no me han tocado güeyes tan malos.
La mujer detrás de la máscara
Su nombre es Alma. Tiene novio, dueño de dos taquerías, y dos hijos. Una bebé de apenas seis meses que no amamanta, debido a una operación que le practicaron en la vesícula, días después de dar a luz.
Los padres de sus vástagos evadieron su responsabilidad. El segundo por ser casado y tener a su esposa embarazada.
Esta razón obligó a la chica de 28 años a regresar a las esquinas para mantener a sus hijos: “No tengo de otra”, asegura sin titubear.
Alma se dedica a prestar su cuerpo para el desahogo de los hombres desde hace 10 años. Su estancia en Tijuana le dio experiencia suficiente para lidiar con los clientes y evitar las enfermedades de las que asegura, se ha mantenido alejada.
—Es como ponerme el disfraz de Nikki y dejar que hagan lo suyo. Ahí, de lo único que me preocupo es de mis niños.
Con gran soltura, confesó que ganarse 300 pesos no es sencillo. Por el contrario, después de un mínimo de 15 clientes por noche y pese a los condones y lubricantes, queda “adolorida y rosada”. En sus “mejores años” llegaron a ser más de 30.
La esquina donde trabaja está detrás de la sede nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Ahí espera paciente a los carros a quienes da la tarifa. La renta de su cuerpo dura 20 minutos.
—De esta forma conocí a los papás de mis hijos. No me arrepiento y tampoco me desencanto. Total, debía vivirlo y ahora tengo que trabajar de algo para mantener a mis niños y dar gasto a mi mamá.
No sólo su madre sabe de su oficio, su papá, hermanos y amigos también conocen la manera en la que se gana la vida. Todos excepto su novio, a quien espera nunca encontrarse en esa esquina.
—Le diría que estoy esperando un taxi. Espero me lo crea.
A lo largo de ese tiempo ha tenido momentos para entender lo complicado que ha sido llevar dinero a casa. Cuatro días a la semana, con un promedio de 20 clientes, por 10 años, da una cifra que supera la imaginación convencional de cualquiera de nosotros.
Me gustaría ser ama de casa
Alma está consciente de que en ese trabajo se envejece muy rápido. Por eso, su sueño es igual al de las películas protagonizas por las princesas de Disney. Casarse con su actual pareja, cuidar a sus hijos y a los de su novio (que harían un total de cinco) y dedicarse a la casa, es la esperanza que tiene para dejar las largas noches y las perversiones de algunos sujetos.
—Tengo una suerte para que me sigan los casados, que para qué te digo—, se reía mientras se tocaba el cabello.
Los nervios me traicionaban cada vez menos y me arriesgaba hacer más preguntas. Ella lo notaba y se abría un poco más. No mucho, aunque suficiente para relatarme la hostilidad de ese mundo. Uno donde son capaces de golpear a quien tenga intenciones de salirse con la suya sin pagar. Aquel donde sino eres “recomendada” por otra de la cuadra, no te dejan poner. Ése que ha sido retratado por escritores y periodistas, que reconstruye las noches frías que aprovechan algunos para quitárselo mediante la carnalidad.
Y sí, aunque todo eso ocurre en la vida real, ella ya ha pasado por muchas de esas cosas.
—Me cuido todo el tiempo. No permito que se saquen el condón. Me valen sus cochinadas. Y a pesar de eso, he tenido tiempo para enamorarme.
“A mis hijos los dejaré hacer lo que quieran”
Me pidió un cigarro. Le contesté que no fumo y con una risita casi conservadora me llamó “deportista”. La plática seguía y de esa forma supe que su familia actualmente vive en Pachuca.
—Yo soy de aquí, aunque de niña me llevaron a vivir allá.
A manera de confesión, relató que de no ser por lo estrictos que sus padres fueron con ella, no se habría ido al norte del país.
—Yo sólo quería salirme de mi casa. Cuando Jorge me propuso que me fuera, vi la oportunidad y me salí. Siempre supe lo que hacía y él me dijo a lo que iba a la frontera.
La voz ya no me temblaba y le pregunté directamente sobre si permitiría que su hija siguiera sus pasos.
—No se lo prohibiría. A mis hijos los dejaré hacer lo que quieran…— y aprovechaba para ver el tiempo en su celular, mientras leía un mensaje.
Los minutos, impacientes, concluyeron con un “¿me puedes ir a dejar a la esquina…?”.
Encendí el coche y antes de que bajase le pedí una última respuesta.
—Yo le diría a las chavitas que no hagan esto. En serio, es muy difícil. Hasta te vuelves frígida. Deja de gustarte el sexo a pesar de tratar de llevar tu vida normal. Incluso a mis amigas les digo lo mismo cuando me han dicho que les da curiosidad por acompañarme.
Llegamos a su esquina. Se bajó no sin antes despedirse como si lo hiciera de un viejo amigo.
Encendí el auto y entendí 10 años de una prostituta en 20 minutos.