Por: Aldo Rafael Gutiérrez
@aldorafaello
Hace unos años colaboré en la publicación de un libro. El título de la investigación y su posterior publicación es irrelevante en este momento; sin embargo, durante esos meses recurrimos a un estudio cuyo contenido resulta más polémico conforme pasa el tiempo: “La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos” publicado en 2004 por el Programa de las Naciones Unidas Para el Desarrollo (PNUD), revelaba entre otras cosas, que la preferencia de los ciudadanos por un sistema democrático es relativamente baja.
El análisis aseguraba que los latinos preferían el desarrollo económico y social, por encima de la democracia, donde, incluso, retirarían el apoyo a sus representantes elegidos por la vía electoral la grado de aceptar a un autoritario siempre y cuando éste resolviera sus problemas financieros.
Es interesante cómo este sistema aristotélico empieza a ser desdeñado por personas que, en su mayoría, pertenecen a grupos cuya educación se encuentra por debajo del nivel básico, además, sintieron en carne propia los estragos de ser gobernados por dictadores y, por ende, la transición en sus respectivos países de un sistema a otro.
Pero ¿qué pasa con los mexicanos donde en papel siempre hubo un sistema democrático? Sí, todos sabemos las consecuencias del priismo y la designación de los sucesores mediante la “dedocracia”. No obstante, entrando en este siglo, después de la alternancia, los focos de retornar a un modelo dictatorial empezaron a encenderse como nunca. Empezó a extrañarse a una figura de suficientes claro oscuros: Porfirio Díaz.
Desconocida por cierto, porque la historia oficial (escrita por mano y pluma de los hijos de la revolución) lo pintó como todo un antihéroe, capaz de personificar los peores vicios de un sistema que asesinó, sometió y esclavizó a un pueblo hambriento de justicia, igualdad y libertad para elegir.
Hace un poquito más de 100 años que José de la Cruz Porfirio Díaz Mori yace exiliado de la tierra que lo vio nacer. Después de un centenario, el general que participara en la guerra contra la intervención francesa; aquel que quiso asumir la presidencia como una forma de evitar la reelección de Benito Juárez mediante el Plan de la Noria; el personaje capaz de terminar con la pugna entre liberales y conservadores que, entre otras cosas, tuvo como consecuencia la pérdida de territorio y una volatilidad bélica en la nación; el hombre que pese a su mano dura, modernizó y estabilizó a su país, sigue siendo objeto de discusión.
Con esto no quiere decir que beatifico o excomulgo el porfiriato, pues, más allá de los seminarios de la UNAM, los libros o los documentales de Krauze sobre Díaz, lo cierto es que no fue ni bueno ni malo, simplemente, fue un servidor público que encarnó la figura del héroe/villano, víctima de las circunstancias y el poder.
Aún con la documentación presente, no podemos aventarnos un juicio que califique de manera completa su gestión, y mucho menos su persona.
Me resulta muy confuso que pidamos algo que francamente desconocemos. Y lo desconocemos como consecuencia de salir de un molde inoperante en estos tiempos, que siempre nos ha vendido a México como un lugar donde buenos y malos han peleado. Como si fuera tan sencillo delimitar así a los hijos de este país y todos aquellos que han desfilado sobre su tierra.
Definitivamente, hablar de este personaje, es hablar de una parcialidad establecida en una postura, la que sea. Lo favorezca o no, el hombre está muerto y pedir el retorno de un personaje que siga los pasos del porfiriato, sólo nos demuestra que estamos todavía muy lejos de entender la democracia y sus vicisitudes como forma de gobierno.