Millenials, la generación inestable

Los millennials no saben durar en los trabajos. Son inestables. No tienen idea de lo que quieren. Cuántas veces hemos escuchado/leído/visto esa opinión sobre nosotros.

Los millennials no saben durar en los trabajos. Son inestables. No tienen idea de lo que quieren. Cuántas veces hemos escuchado/leído/visto esa opinión sobre nosotros, los que ocupamos con más fuerza y en mayor medida las vacantes de las empresas privadas y del sector público.

En parte es cierto. Tengo muchos amigos y conocidos —yo mismo he sido uno de ellos— cuya duración promedio en sus empleos no supera los dos años, pero, ¿por qué? Definitivamente no es sólo por ‘no saber qué quieren’.

En México las condiciones laborales y sociales cambiaron tremendamente con el fin del Estado Benefactor en 1982 cuando, al cierre del gobierno de José López Portillo, México se ahogó en una profunda crisis que orilló al Estado a delegar toda la responsabilidad de la creación de empleos al sector privado.

Con la entrada de la modernidad y conforme avanzan los años, las modificaciones al artículo 123 hacen que los trabajadores —nosotros— estemos en situaciones cada vez más desfavorables. Simplemente reflexionemos en los trabajos de nuestros abuelos o padres. Sus empleos les ofrecían la seguridad para permanecer ahí durante décadas y muchas veces la salida de se daba por algún recorte o por la extinción de la empresa; pocas veces era por cambiar de aires, en buena medida ocurría porque tenían garantías que les permitían hacer carrera en una empresa.

Sin embargo, nuestra generación no cuenta con esas posibilidades. De entrada la seguridad social a la que aspiramos no va más allá del IMSS —salvo algunas excepciones— y muchas veces los contratos bajo el régimen de honorarios carecen de cualquier acceso al sector salud el Estado.

También nuestra posibilidad de tener una jubilación decente se ha ido reduciendo. Ahora con el esquema de Afores, instaurado el 1 de julio de 1997, es el empleado el que debe asegurar su pensión por sí mismo, situación que en la mayoría de las ocasiones será una labor casi imposible, pues según una nota de Reforma publicada el 28 de abril, un trabajador cuyo salario sea de 15 mil 208 pesos y que aspire a tener una pensión de 10 mil 604 pesos a sus 65 años de edad, debe ahorrar mil 604 pesos al mes durante 40 años y eso si empieza su aportación voluntaria desde los 25 años.

Y así de rápido llegamos a la compra de inmuebles, tema que ya hemos hablado en este espacio. Si bien en México nunca ha sido un tema sencillo, pues los sueldos de las clases populares siempre han sido bajos, lo cierto es que ahora es más fácil venderle tu alma al diablo que comprar un departamento en la Ciudad de México, principalmente porque el poder adquisitivo de nuestro dinero no nos permite tenerlo. Sumado a que el esquema de outsorcing hace que las empresas hagan trampa con nuestras nóminas y reporten al SAT que ganamos sueldos mínimos, cuando muchas veces se está por encima de ese tabulador, razón que encarece el estatus crediticio de cualquiera cuya idea sea echar raíces como lo hicieron nuestros viejos.

Todas estas razones, aunado a que hoy más que nunca las empresas nos ven como recursos tan desechables como una botella de PET —especialmente si estudiamos comunicación o alguna carrera ligada a las ciencias sociales— nos han hecho entender que la lealtad a ellos, los empleadores, es una cosa fácilmente intercambiable por algo que ajuste mejor a nuestros intereses del momento.

Si las fuentes de trabajo califican a nuestra generación de inestable con tanta ligereza, tal vez ellas mismas deberían analizar por qué su personal se va con esa facilidad y quizá sea un buen momento para establecer una relación de mutuo beneficio, especialmente porque sin el uno no existe el otro. Así de simple.

De a tuit

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