Mi llanto perdió el rumbo,
alcanzó tonalidades irónicas
y en grafías disolutas bosquejó
susurros que a nadie importaban.
No pude entrar en mi reflejo,
floté sobre lánguidas siluetas
que soplaban para alejarme
que confabulaban para callarme
—y eso que nada tenía que decir—
Marché sobre las cicatrices del tiempo,
buscaba pistas en mi pasado
y encontré leviatanes alicaídos
en un presente que no vislumbraba futuro.
Sin respaldo me lancé al destino,
desenterré un calvario poblado con guadañas
y desaparecieron los relatos que sostenían
el caos dentro de mi mente.
Durante la migración de las ideas
también se fueron los códigos ennegrecidos.
Observé berrinches y marginación en los autodenominados:
“malditos”.
Vi soberbia y castración en los aplaudidos
“intelectuales”.
Vi poses y no actos en cantidad de plumas sin tinta.
Entre heraldos yertos quise
dilu-irme aunque no desaparecer,
reír de la vendetta ajena
y sembrar vínculos en este incierto
campo semántico.
Pero me di cuenta que aun sin calzado,
mis pasos, los pasos de cualquiera,
resonaban en la ambrosía de quienes
hace tiempo se enterraron a sí mismos.
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