Me hundo en la negrura de un sueño que no fue soñado para mí.
Ahí soy una muchacha de larga cabellera y pies descalzos.
Mi pueblo es el pueblo de la milpa,
en sus calles habitan fantasmas
de una guerra que se peleó para que la tierra fuera nuestra.
Mi pueblo es un pueblo de monte,
de noches estrelladas y aullidos de coyote,
de mujeres-guajolote que dejan a sus hombres sobre el petate y
sus piernas junto al fogón y salen a volar sobre los campos.
Mi pueblo me tiñó el corazón con sus verdes de oyamel y encino,
y la larga lengua de su viento de bosque me limpió el espíritu.
Cuando mi carne perdió la tibieza y mi sangre dejó de ser el río
que irrigaba los mares de mis ojos y mi boca,
mi esencia regresó a la cueva
en la que fueron paridos los primeros hombres y mujeres del Momoxco.
Ya sin nombre y sin rostro, volví a ser tierra y nube.
Volví a andarme majestuosa, como se andan las estrellas y los astros,
y florecí entre campos y montañas,
y me lloví entre cerros y barrancas,
y fui perfume de hierbas y hojarasca.
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