Guardo tu pelo en una caja de madera. Guardo
el mechón que se heló en la mesa quirúrgica ese miércoles,
tu pelo rasurado, tu pelo esparcido entre agujas
la calidez atemperándose;
tu pelo que caía con las curvas de los tubos
por donde resbalaba el sedante;
tu pelo fino como polvo aferrado a estetoscopios y guantes,
tu pelo limpio como la bata del veterinario, como el suéter que me puse aquel día.
Guardo una parte de tu cuerpo en esa caja de madera
que me regaló mi madre; pequeña casa de amuletos. Guardo
tu pelo blanco las pelusas del sofá de la casa;
tu pelo blanco el desordenado vuelo de los pájaros al oír tu ladrido;
tu pelo blanco la suavidad de una siesta en el jardín.
A un lado de mi cama, la caja de mi infancia. Adentro
un puñado de ti, vestigio sutil de ternura;
madeja blanca donde tus canas aún son indiscernibles.