Llovía la tarde en donde supe que te amaba,
te había consagrado como la mujer
de los muslos de granito.
Bebíamos esa tarde, Bárbara,
dejando transitar nuestro verdadero espiritu,
viéndonos más allá de la tela obscura del miedo,
haciendo del arrebato amoroso, caricia.
Yo conocía cada espacio antes de ti,
conocía cada palabra del idioma,
pero tu boca, me habla en un abecedario
que reinaugura el mundo.
Bebíamos casi a la misma velocidad
en que recorrimos el cuerpo,
como decirte en ese momento que te amaba,
si no sabía a qué puerta estaba tocando,
como decirte que tenía sed
de las gotas de lluvia
grabadas en tu hombro.
Ahora entiendo la sentencia de tu boca;
Todo amor se vuelve memoria,
cuando solo queda olvido.