Y me preguntó de qué servía amar a un poeta si, de ella,
poemas jamás se escribían, y no supe cómo decirle
que palabras más bellas que ella no había,
y que yo sin ella, ni amante ni poeta era.
Pensé decirle que, en comparación con ella, de un tono mate
eran el universo, las estrellas, el sol y la luna,
que su tristeza se convertía en la más grande contradicción
y que, con su llanto, esos ojos en tornasol se convertían.
Las yemas de mis dedos a gritos la pedían, mientras
que yo entendía, que nunca vio cómo con sus besos
creé una constelación, que yo existía en su respiración,
y que sus labios hablaban desde mi corazón.
En sus ojos puse estrellas que nunca vio,
ni las melodías que hice de su risa escuchó.
Nunca notó cuando la veía por los cerrojos,
y de mis enojos nunca se enamoró.
Viéndola preparar para irse, parada en la puerta con su maleta,
mi universo se expandió y se comprimió, implosionó,
con su último beso escribió la obra magna deseada,
y a sus labios susurré, mientras se alejaba:
Nunca digas que no te escribí nada.
Más #NidoDePoesía: Desnuda lluvia