Esto no es un texto periodístico, es más una carta a todos nosotros. Una reflexión de alguien sin mucha autoridad, de un joven como tú, que sigue disfrutando de andar en pijama y en ocasiones no bañarse ni salir de la cama, de un casi-adulto y de un niño.
Siempre es difícil retomar cosas que hemos dejado abandonadas por un rato: la rutina, el gimnasio, una tesis; volver a escribir estas líneas, he de admitirlo, me cuesta un poco. Y es que el paso del tiempo, lo oxida a uno, lo hace lento, perezoso y con ciertos tintes de desidia; nos cuesta admitirlo, pero así es.
Vicios de la edad y de crecer. Ya no es tan fácil como cuando éramos niños o, al menos, nos gusta complicarnos la vida más de lo que ya es. No es como cuando la única preocupación que teníamos era ver quién nos pasaría la tarea no hecha o que no nos saliera un tazo repetido. Pero es inercia de crecer el asumir nuevos retos, metas y responsabilidades, mismas que no siempre no son fáciles de aceptar.
Año: 2015. Mes: abril. Día: 30. Un “Día del niño” más en el calendario. Festividad que año con año se encarga de celebrar a los más pequeños, a quienes tienen en sus ojos el brillo clásico de la edad; claro que habemos quienes nos consideramos niños eternos y con un alma pura como la de un infante y nos gusta apropiarnos del festejo también.
“Madurar es para frutas”, o algo así he escuchado un par de veces, ya que el hecho de que algunos de nosotros tengamos ciertas conductas “no propias” de la gente “adulta” hace que la mayoría de las personas piensen que nos falta un poco de seriedad en nuestras vidas. En lo personal no apoyo el dicho. Creo que madurar no tiene nada que ver con la forma en que uno se desenvuelve como ser humano; es un proceso que aunque nos sea problemático, tiene que hacerse, claro que cada uno encuentra su propio camino y su propia velocidad.
Para muchos, crecer da miedo. Tener que entrar en el “aburrido” mundo de los adultos es feo. Tránsito, papeles, oficinas, burocracia y un sinfín de cosas pasan por nuestras mentes cuando pensamos en la adultez, pareciera que el mundo de los pequeños es más alegre, soleado y sin tantas cosas que atormentan a las personas grandes.
En lo personal no me ha sido fácil. Ha sido un camino lento pero seguro, con sus altas y bajas, momentos sencillos y otros no tanto, alegrías y lágrimas de tristeza, dolor, impotencia y también de felicidad. Y es que a un par de meses de llegar al temido “cuarto de siglo” creo que he tenido un paso satisfactorio. Viviendo al máximo y disfrutando de los pequeños placeres que da el ser niño.
Acostarse en el pasto, un helado por la tarde, andar en bicicleta, salir a jugar con los vecinitos, los “Chetos” mientras veo la tele, caricaturas… Todo ha dejado su huella y su recuerdo en la memoria; de todo aprendimos y tomamos lo mejor, así como también de crecer y ver las nuevas cosas pueden ser de bastante provecho para todos.
Entrar a clases, hacer la tarea por nuestra cuenta, arreglar el cuarto y el quehacer en casa, saber llevar nuestros trámites en orden, administrar nuestro propio dinero, y nuestros primeros empleos, no es tan malo. De ello aprendemos y nos formamos para cuando nos toque manejar el cien por ciento de nuestra vida.
¿Entonces se deja de ser niño? No. El problema no es crecer, sino olvidar. Que aun siendo adulto se puede ser feliz, sonreír, correr, bromear y disfrutar los momentos tan simples que te da la vida. Que ser mayor implica más responsabilidades cierto, pero también implica que ahora tienes a tus verdaderos amigos, tu propio sustento, tus propias decisiones, tu propio espacio, la vida en tus manos.
Disfruten su 30 de abril y el resto del año y nunca dejen de tener un niño por dentro, que en ocasiones es un pensamiento alentador. “Porque arena, porque amigos siempre hay en el mar.”