¡Dulce vino alegre que alegras mi corazón!
Que alegras a los hombres con tus aromas frutales,
con tus vapores violáceos,
Que te instalas en mi pecho,
para después de ponerme rojo ,
susurrarme al oído,
“este es mi hogar”.
Corres por mis ojos y los avivas,
jugueteas con mi lengua
antes de pasarte
pícaramente
a mi garganta,
te asientas en mi estómago,
cuando para desgracia mía,
ya te has acabado.
¡Cruzaría los parajes inhóspitos que me depara el mundo por un trago más!
Esperaría a que las más tiernas uvas
se volviesen tan añejas como tú,
Cuidandolas celoso del Sol y el viento,
Esperando a que el tiempo
te haga alcanzar la gloria que nos das,
a los pobres que somos hombres.
Y busco en los barriles,
Aunque sea una gota de jerez,
En los toneles que me miran sombríos,
Que me dicen,
con voces muertas,
con voces tristes,
que ya los he vaciado.
Ahora, tu falso encanto de noche ha terminado,
y solo me has dejado la cabeza embotada,
el cuerpo adolorido y el corazón destrozado.
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